Hay un momento en julio en Murcia
que levantarte por las mañanas supone un suplicio que no le deseamos ni a
nuestro peor enemigo. Principalmente por el calor, el fuego que entra por la
ventana desde bien temprano y unas sábanas que se te imantan a la piel. A mí,
además, el despertarme mil veces y a trompicones, la probable mala postura al
dormir, o puede que, lo confieso, la deshidratación derivada de un par de cañas
la noche previa, hace que me levante con un dolor de cabeza de aúpa y un humor
de perros. Hace dos semanas además tuve un bonus track con las obras en casa de
mi vecina, que decidió arreglar las ventanas que miran a mi cuarto y he tenido
que, no sólo convivir con el estruendo matutino de golpes y taladros, sino
también con el dilema de dormir con la persiana bajada o dejar que los
albañiles descubrieran de mi culo en pompa y mi melena mañanera.
De verdad no sé qué hacía, no sé
qué idea romántica o qué cruce de cables me hizo decidir quedarme en julio en
mi casa estando de vacaciones. La necesidad de aire fresco era cada vez mayor y
había que salir ya a tomarlo. El único alivio y consuelo parecía venir con la
aplicación que tengo en el móvil que me chiva la temperatura que hace en
cualquier lugar del mundo. Unos días antes había añadido Bilbao junto a Murcia
y San Javier, y me animaba saber que allí llovía, estaba gris o había máximas
de 17 grados.
Por fin, llegó la mañana en la
que dos amigas mías y yo iniciábamos nuestro viaje hacia el norte. En un
principio, el objeto del viaje, la meta para dos de nosotras, era el Festival
Bbk live que se celebra en Bilbao todos los veranos, pero para mi amiga A, que
se unió en el último momento sin entradas para el festival, no había una meta, sino
simplemente el placer de escaparse, la pequeña aventura de viajar con nosotras
al norte o a donde fuera.
La primera parada de nuestro road
trip, como la de todos los viajes que van para Madrid, fue en La Roda para repostar
y degustar un miguelito con el desayuno. El mío, como siempre, de chocolate. La
segunda parada fue en Alcobendas donde a unos pobres galeses que teníamos junto
a nosotras en el restaurante les abrieron el coche a plena luz del día y les
robaron inexplicablemente en un área de servicio repleta de gente. El nuestro
estaba aparcado tan sólo tres coches a la derecha… La merienda fue en Vitoria,
tras una equivocación con tanta salida y tanta autovía, y finalmente, tras
tanto incidente y un par de consultas al navegador, Bilbao nos recibió con un
agradable txirimiri a la hora de la cena.
Tres días estuvimos allí, pero no
sólo de conciertos vive la festivalera. Gracias a que estaba A con nosotras,
nos obligamos a revisitar el casco antiguo, la ría, el Guggenheim, e innovar
visitando Begoña y haciendo una excursión a Getxo.
Como guinda, el día de la vuelta
decidimos parar a comer en la que sería la quinta provincia de nuestro periplo:
Burgos, que gozaba de una agradable temperatura de primavera. 19 grados y los
burgaleses habían salido a la calle a tomárselas y disfrutar de un día
espléndido. Nosotras, encantadas, deambulábamos tranquilamente entre ellos
buscando un sitio que nos recomendaron para comer, y apuntando lugares para
visitar quizá el verano próximo. Al subirnos al coche, supimos que nuestro
viaje había terminado, pero también coincidíamos en lo bien que nos habían
sentado esas bocanadas de aire fresco del norte.
Hace poco leí en algún sitio que
el que no haya una meta no significa que el viaje no merezca la pena, pero no
me di cuenta de la verdad de esta frase hasta que regresamos a Murcia. Lo
importante no era el destino, sino el hecho de escapar unos días, en la mejor
compañía, y disfrutar con el cambio de paisaje.
2 comentarios:
Probando...!!!
Manifiesto mi deseo de que se elabore una versión Iphone para que no se borren los comentarios.
Viajar guay, comida, anécdotas y gente nueva.
Verás qué risas en Castellón :-P
Guapa!
Hombreeee!!!
Mira que lo digo siempre: iphone caca #iphonekk
Castellón nos espera! Haz la maleta, nena!
Tú más!
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