En ocasiones, cuando llego al alba de una noche de marcha, me gusta hacer como en las películas donde salen chicas borrachas: no molestarme en buscar el pijama y meterme en camiseta y bragas a la cama. Luego, nueve o diez horas después, levantarme hecha una rosa, con el pelo alborotado, fingir que tengo resaca y hacerme el desayuno brunch de los campeones porque yo lo valgo.
Anoche me acosté a las 7 de la mañana con el piar de los pajaritos. El último sorbo de cerveza lo había dado varias horas antes. Estaba sobria, entera, pero muerta de cansancio y me disponía a sumergirme en el más profundo de los sueños reparadores. Pues a las 12 sonó el teléfono. Despertar de infarto para ver que era J, el tontolpijo mayor del reino.
Silenciar. Seguir durmiendo.
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