domingo, 21 de octubre de 2012

Mi lado del sofá



Entonces llegamos a la conclusión de que la culpa fue de Raphael. Nada tuvieron que ver mis ganas de fiesta, mis ansias porque llegara el fin de semana o que hiciera lo menos quince días, que en mí es un disparate, que no me pintaba el ojo ni me subía al tacón. Nada que ver.

Pues tremenda la mañana del día siguiente. ¿Qué digo la mañana? El día entero. Un día entero en que la mala conciencia y el dolor de cabeza me obligaban a empezarlo demasiado temprano. Un día entero inutilizada, casi moribunda, poniendo a Dios por testigo con el ibuprofeno en una mano y el vaso de agua en la otra, de que sería la última vez. Y claro, hecha una piltrafilla, en casa, en pijama y con ganas de na, na más que de morirme, no me quedaba otra que inaugurar la temporada de algo que me encanta, que llevaba meses sin hacer. Algo que sería la verdadera solución a mis males, por ser domingo, por tener resaca.

Entonces comienzo mi ritual echándole un recuerdo a mis adorados Kooks, que cantaban aquello de ¿Por qué no vienes a este lado de mi sofá?”, mientras me acurruco en el mío, abrazada por los cojines. Y que a mí me perdonen si no soy políticamente correcta, pero yo a esto lo llamo sofasex. Sin necesidad de escandalizarse, aclararé que sofasex es una palabra que utilizo para designar las veces en las que mi sofá es mi amante y amigo, mi confesor, el guardián de mis secretos. Llamo así a esas tardes grandiosas de pijama y peli romántica con final predecible, de palomitas y helado a cucharadas, de ese amor propio entre almohadones, de esos episodios de Sexo en Nueva York que me zampo… ¡Ay! ¿O qué os creíais? Que es que ya me conozco yo el juego que da la bromica del sofá y las mentes malpensantes. Y como me lo sé, yo también entro al trapo, lo confieso, utilizando las redes sociales de lanzadera de frases con doble sentido, para darle un poco de más vidilla a mi estado impresentéibol del domingo por la tarde. Tan sólo soltar un twit del estilo de “Vuelven los domingos de sofasex” y la peña da rienda suelta a su sucia imaginación.

Y los moscones ¿tú sabes la cantidad de mozos que pican? Eso sí que es un cebo. Pican y se pican. Lo que se ha llamado tradicionalmente los perros del hortelano, que ni comen ni dejan comer, hacen su aparición estelar en mi película de sofá y cojines. Esos tíos que dedican sus días a pasar de mí, parece que de repente ocurre algo, ven algo, que les recuerda que existo. Y como creen que soy feliz y ya no les babeo porque, seguramente, tengo un churri a mi lado del sofá que me da alegrías, empiezan ipso facto a tirar chinicas en mi tejado, recordándome a mí que ellos también existen. Como si no los tuviera yo en mi mente ya o incluso no hubiera soñado con ellos la noche anterior. 

Pero hay que tenerlo claro: no quieren nada en realidad, si acaso no perderte de entre su cla, de su club de fans ése en el que les ríes las gracias y les dices que sí a todo. Pocas cosas hay más típicas. El perro del hortelano en su versión murciana o como dice mi amiga V: “Mucho te quiero, perrico, pero pan, poquico”.

Yo lo tengo claro y por eso me indigno. Que por muy tentada que esté a invitarles a un ladico de mi sofá me propongo estirar la farsa unos días más, ya fuera del tresillo. Que qué contenta que estoy porque es lunes, que qué bien me lo paso, que qué sonrisa se me marca en la cara, que qué me estará pasando y mil otras versiones del “Mírame y sufre, tío, que soy estupenda”. O escúchame, que la Radio Online también atrae a los moscones que es una barbaridad. Así, sin poder evitarlo, me pongo en plan divina, imitando a Lana del Rey y canturreo, desde la comodidad de mi sofá: “Ahora mi vida es dulce como la canela, estoy viviendo un maldito sueño. Nene, quiéreme porque estoy saliendo en la radio. ¿Cómo te gusto ahora?” 



¿Vienes a mi lado del sofá?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿La verdad te compensa salir de fiesta sabado-sabdete para estar el domingo en manos del dios ibuprofeno?

Conch dijo...

Claro que compensa. No pienso quedarme en casa.