La culpa de todo la tuvo Raphael
con su canción “Mi gran noche”, que no dejaba de sonar y resonar en mi cabeza.
Y jolín si es pegadiza la puñetera. A modo de mantra con aires casi vengativos
hacía ecos en mi mente desde que me levanté la mañana del jueves.
La culpa de todo también la tengo
yo misma, que me gusta ponerle nombres raros a las cosas. Palabras para mí
chulérrimas que definen los conceptos con mucha más precisión. Así, un jueves
antes de un viernes festivo es un juernes, igual que el día anterior había sido
juércoles. Un jueves que es un viernes anticipado en realidad, un regalo
maravilloso que nos hace el calendario. Que así el madrugar no nos cuesta
tanto, el ir a trabajar parece que tiene otro color y se afronta el día con otra
cara. Y ya si a eso le sumas a Raphael canturreando en tu cabeza, agárrate que
el final del día promete curvas.
Por último, están las
circunstancias, que también tienen mucha culpa. Que si estás trabajando mucho
últimamente, te mereces una fiesta; que si llevas tiempo sin salir, ya va
siendo hora de pisar las calles; que si sufres un poquito de desamor, habrá que
beber para olvidar… o simplemente dejarse ver por el mercado, que es mucho más
sano. Entonces pasa lo que pasa. Que estás en la oficina contando las horas
para el supuesto fin de todos tus males, pensando en el modelito que te vas a
poner esa noche. Y tarareas, por lo bajini, moviendo los pies al compás, la
dichosa canción otra vez:
“Hoy para mí es un día especial,
pues saldré por la noche…”
Y llegas por fin a casa que te
falta el aire. A las diez de la noche volví yo del trabajo, lancé los bártulos
sobre el sofá y directamente me metí a la ducha. Al salir del baño me puse la
canción a todo trapo, siguiendo el consejo de mi amiga I, para que me acompañara
mientras me vestía y me acicalaba. Y tuvo que ser minifalda, tacones y ojos de
loba.
“¿Qué pasará? ¿Qué misterio
habrá? Puede ser mi gran noche…”
A las 11 me esperaban los chicos
de Radio Online Murcia en una esquina de la Gran Vía. Entonando a Raphael nos
dirigimos hacia la calle Bartolomé Pérez Casas. Entonces me contó mi amiga T
que la semana anterior había estado de bares con Ernesto Alterio tras su
actuación en el Romea y, estando en el Atomic,
sonó esta canción y la bailaron desatados. Qué cosas, pensé. Yo hasta ahora
sólo la había oído en fiestas de amigos.
Pero para fiesta de amigos, la
que tenían montada en Pérez Casas los del Grupo Temporáneo, que inauguraban un
nuevo local. En Boga, un local de
estética muy currada que promete grandes noches, se presentaba al mundo con una
fiestecilla de lo más animado. Mini piscinas con tercios de cerveza en las
esquinas de la barra y camareras estilosísimas te daban la bienvenida con
bandejas de comida exquisita. Mucha cara conocida como era de esperar y mucha
gente que hacía tiempo que no veía. Seguimos contándonos el verano en octubre
en algunos casos, en otros, el tema de conversación fue la riada en Lorca y el
más popular, afortunadamente, las felicitaciones por lo chula que está quedando
nuestra radio. Los cuatro amigos radiofónicos estábamos flotando en una nube.
Estaba siendo, efectivamente, una gran noche.
“Será, será esta noche ideal que
ya nunca se olvida, podré reír, y cantar y bailar disfrutando la vida…”
Y llegó la mañana siguiente.
Viernes festivo al que podríamos llamar viérbado. Viernes de resaca monumental pero
con la posibilidad de quedarme en casa hecha una piltrafilla, tirada en mi
sofá, sin excesivo cargo de conciencia. El calendario volvía a hacerme un
regalo: dos días para olvidarme de Raphael y volver a ser persona.
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