Si John Lennon levantara la cabeza vería que hoy día en la Tierra existe un lugar donde no hay posesiones, religiones o ni siquiera naciones. Un lugar “donde aquellos hombres y mujeres de buena voluntad viven libremente como ciudadanos del mundo y obedecen una sola autoridad, la de la verdad suprema, un lugar de paz, concordia y armonía”. Ese lugar está en la India, a veinte minutos en rickshaw de donde yo vivo, y se llama Auroville, o Ciudad del Alba.
Auroville fue la visión de una señora francesa aquí conocida como la Madre, allá por los años cincuenta. Sin embargo, no fue hasta 1968 cuando representantes de 124 países y de los 23 estados de La India inauguraron Auroville en un gesto simbólico de unidad humana, pues ése es el objetivo último de esta comunidad, que en la actualidad goza de una población internacional de casi 2000 habitantes. Para el resto de los mortales, sin embargo, lo más llamativo de esta ciudad es el Matrimandir (“Casa de la Madre” en sánscrito), una gran bola dorada en medio de un jardín geométrico. Un enorme Ferrero Rocher que alberga una cámara de concentración silenciosa. Es evidente entonces que, estando tan cerca, no podía dejar de verlo y quién sabe, quizá experimentar un poquito del espíritu de Auroville con mis propios ojos. Y con mi espíritu, mi alma, mi conciencia y todo eso que dicen.
Para acceder al interior de la bola se han de seguir ciertos pasos. En primer lugar, ver un video explicativo sobre esta ciudad universal y el Matrimandir. Una cosa que queda clara desde el principio es que Auroville no es un lugar turístico. A la Cámara Interior del Matrimandir sólo accederán aquellos que seriamente y de forma individual deseen concentrarse de manera silenciosa durante 15 minutos. Así, a las 9 de la mañana de ayer, previa reserva, me personé, junto a un grupo de unas veinte personas, en los jardines del Matrimandir. Allí un aurovillano nos explicó lo que íbamos a ver y hacer dentro del Ferrero. Tenía que ser así, pues debíamos mantener absoluto silencio en su interior. Caminamos entonces tras él, y como es normal aquí, nos descalzamos en la entrada. En fila india, cómo no, fuimos entrando tras limpiarnos los pies en una esterilla blanca. Subimos entonces una cuesta de moqueta blanca hasta un primer piso donde una señora nos indicaba dónde ponernos unos calcetines blancos y remangarnos los bordes del pantalón para evitar introducir cualquier tipo de suciedad en aquello que estaba empezando a parecerme una nave espacial. Una vez calcetinados, remangados, flipados y bonicos del to, iniciamos una especie de peregrinación por la cuesta de la moqueta es espiral. De cómo el silencio se vuelve ensordecedor y cómo tanta gente tan calladica subiendo por la esfera hueca me recordaba pelis futuristas y horribles y me aceleraba el pulso y la respiración. No había entrado siquiera a la Cámara y ya era incapaz de estar en silencio. Sacadme de aquí, pensé, pero aun así seguí caminando.
En el centro de la Cámara hay una esfera de cristal que refleja un rayo del sol proveniente de lo más alto de la cúpula. Ésa es la única iluminación en la habitación y alrededor de ella, en el suelo, sobre esterillas y cojines blancos, nos fuimos sentando todos. Yo escogí un sitio pegado a la pared, y con la espalda apoyada en ella y las rodillas dobladas, como alguien que contempla el amanecer en la playa, me quedé hipnotizada. De repente, mi respiración volvía a su sonido y ritmos habituales, pero el hecho de ver al resto del grupo alrededor de la esfera me ponía algo nerviosa. Algunos tosían antes de entrar y se oía un estruendo. Madre mía, qué presión y estrés en un sitio tan tranquilo. Sin querer me atraganté e intenté no toser, qué agobio, no llevaba ni dos minutos dentro y ya la estaba liando. Intenté relajarme y encontrar la postura, pero el tictac de relojes y pulseras no me dejaba concentrarme. Decidí entonces ponerme seria, y con una respiración profunda y definitiva que oyó hasta la del sari de enfrente, me coloqué en postura de flor de loto. No tengo ni idea de yoga pero si a la gente le funciona… Entonces, una vez cómoda y relajada, cerré los ojos y puse la mente en blanco. De repente, se hizo el silencio en la Ciudad del Alba.
6 comentarios:
Y te dormiste.
¡Qué ven mis ojos! ¡Cómo tú por áqui!
Pues no.
;)
Me encanta leer tus experiencias en la India, ese viaje solidario que ibas a llevar a cabo, pero que de momento está quedando en turismo sin más ni más, en hotel de 5 estrellas claro.
Jajajajajajajaja.
Claro.
... era broma Conch ...
Ya, me ha hecho mucha gracia.
Firma, jolín.
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