A pesar de lo formalica que estoy últimamente gimnásticamente hablando, el jueves decidí no ir al gym. Y es que no me gusta nada la clase de aerobic de mi nuevo gimnasio. Yo, que a los 15 años era una crack en esa disciplina, de repente había pasado a ser una catacrack. He decidido que ya no me gusta. Step, body combat, fitlife, circuitos… vale, pero aquella coreografía con música maquineta y una profe igualita a Jane Fonda no había quien la siguiera, que éramos tres en clase y una se fue a mitad. Me deprimió para los restos el dichoso invento del maligno.
Y que por un día que no fuera no iba a pasar nada, que encima me dolía el brazo de la última vacuna y necesitaba un descanso, que la vida son dos días y no puede estar una sufriendo a todas horas. Además, de perdidos al río, esa noche tenía en la agenda un plan fantástico y la ocasión prometía una gran ingesta de calorías no permitidas en ninguna dieta sobre la faz de la tierra. Menuda operación biquini extraña la mía consistente en días perdidos, pensé, hasta que me acordé de lo que decía Manolo García en una canción de que “nunca el tiempo es perdido”. Decidí entonces aprovechar el día para darme mimos. Y así, en un ataque de “porque yo lo valgo” me fui a la pelu, como las señoras, sólo a que me peinaran. Que tanto gym, tanta pisci y tanto calor me estaban dejando un pelo impresentable y no podía aparecer a mi evento de cualquier forma.
Se trataba de la inauguración de la terraza de verano de Del Gallo blues, que con este calor se estaba haciendo esperar. Sin embargo, mi gozo en un pozo cuando llegué. Por tardona me quedé sin sitio fuera, que era toda la gracia. No aprendo, jolín. Habría entonces que hacer la inauguración de los exteriores en los interiores. Pero entré y hasta me dio vergüenza, pues conocía a los comensales de varias mesas, y ahí que me puse a saludar a todo quisque que parecía la Preysler. Gunilla Von Bitter les ha dado por llamarme a algunos, que no me pierdo una, dicen. “Tu gente te espera al fondo”. Y allí en los sofás, junto al DJ, el grupete más cool de Murcia charlaba entre copas de fresquísimo vino blanco. Cenamos de picoteo: Unos caballitos, unas croquetas, un poco de parmesano, jamón y almendras, y como no, un platico de sushi, que el Del Gallo me encanta. Para los postres ya salimos fuera, que nos esperaban los mojitos, y pronto empezó el DJ con la sesión prometida de electro-tecno de los 80. Una gozada que nos hizo recordar buenísimos tiempos de música y risa.
Igualmente de los 80, del cole, era la amiga que me encontré en la cola del aseo después de muchísimos años: ¿Cómo estás? “Pues bien, divorciada y, como ves, sin perder el tiempo”. Así, ante mi evidente cara de flipe por tanta sinceridad repentina, siguió con el chorreo de información: “Pues sí, como lo pillé con otra en la cama, mi cama, ha sido fácil y rápido. No he tenido que estar “Mamá, estamos pasando una mala racha, no sé si lo quiero, nos estamos dando un tiempo…” No, todo mucho más fácil sin perder el tiempo con tonterías.” “A-ha” es lo único que pude mascullar mientras digería tanto input y ella se metía al aseo. Y, aunque no tenía claro si alegrarme por ella o animarla con un abrazo, confieso que me sentí tremendamente afortunada de repente.
La última sorpresa de la noche la dio M, nuestro amigo yeclano, que no sólo vino desde allí exclusivamente para pasar la noche con nosotros, sino que también nos trajo lo que más me gusta de su tierra: una hermosísima ensaimada de la Mallorquina rellenica de chocolate que nos jalamos entre todos en plena terraza. Cómo las echaba yo de menos.
Tibia que me puse, y sí, dietéticamente fue un día perdido, aunque no en cuanto a todo lo demás. Recapitulando lo ocurrido y volviendo a las palabras de Manolo, no dejo de pensar en que, pase lo que pase, el tiempo siempre es ganado.
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