domingo, 31 de marzo de 2013

Desde mi túnica



La pequeña B se despertó poco antes de las 7:30 al oír un ruido proveniente del pasillo. En brazos de su madre veía cómo P y yo deambulábamos como locos por la casa. Yo necesitaba a alguien que me atara la túnica, y P buscaba una aguja y un hilo para atender una emergencia. Tratándose de su primera Semana Santa, B lo flipaba con nosotros, y como Obélix, debía de estar pensando: “Están locos estos murcianos”.

Por fin, con el buche lleno, me despedí de ella, que se partía de risa con el ruido que hacían las bolsas de caramelos al agitarlas. “Me voy, que este año salimos una hora antes”. Por una vez, y sin que sirva de precedente, se agradecía el madrugón, que todas las previsiones del tiempo auguraban calor para ese día y yo no paraba de recordar aquel Viernes Santo en el que vi a un par de nazarenos derrumbarse achicharrados con el sol de las dos de la tarde. Y es que, en los principios, no estaba previsto que fuera así. Hablando precisamente de la hora de salida, de la manía de empezar a las 6, nos contó P que originalmente la procesión salía a esa hora para que a las 9 estuviera recogida ya, y a los Salzillos no les diera el sol. Ni a los nazarenos, ya de paso. Lo mismo que lo de los caramelos, que todo empezó para evitar bajones de azúcar y jamacucos, pero al loro cómo, tres siglos después, la cosa se nos ha ido un poco de las manos.

Foto de A. Molina
Antes de cada procesión, en los cabildos, a los mayordomos se les recuerda que la capacidad cognoscitiva de los cofrades está menguada. Sin buscarlo en el diccionario ya os digo que yo, una vez que me pongo el capuz, ni veo, ni oigo, ni huelo más que los contenidos de mi buche, ni siento las piernas hasta que piso un caramelo. Y ya, como haga calor, ni me acuerdo de cómo me llamo. David fue el mayordomo que pacientemente estuvo echándome un cable avisándome de escalones y boquetes, apartando mierdas del suelo y llevando caramelos y monas a donde yo no llegaba, que pareció que todas mis amistades se pusieron de acuerdo en colocarse en el lado opuesto al mío. “¿Ves al de la chaqueta roja? Dale esto y dile que es de parte de Bitter, como el Bitterkas. No preguntes”.

Mientras sea al frente, sí que se ve algo. Se me escaparán mil detalles y personas, pero también se observan cosas alucinantes por las ranuras del capuz. Una auténtica clase de sociología murciana ante mí. Tras personajes de Murcia como el obispo Azagra, el Pichilate o el el consejero Cruz, mola ver a amigos y familiares que hacía años no veía, compis del cole, el guapo del insti que se ha quedado calvo, o aquella que ya tiene tres churumbeles. De cómo hay barrios de viejos y de jóvenes, de guapos y de feos, zonas de familias repipis y conjuntadas, zonas de madrugadores devotos con la ojera y zonas de gambiteros de aperitivo. Los hay fieles a sus mismas sillas año tras año, están los que decidieron sentarse a verla por una vez en su vida y también los hay que reaparecen cada par de horas para verla desde un ángulo distinto, normalmente cámara réflex en mano. Desde dentro del capuz tampoco se oye mucho más que las burlas de la Caída o la banda de la Verónica a lo lejos. Si acaso un “¿me das un caramelo?” de un niño con cara de bueno, un “¿tienes estampas del Cristo?” de una señora, o el clásico guasón de “nazareno, ¿tienes huevos?”.

Nadie, que yo sepa, volcó en la procesión del pasado Viernes Santo. Ahora, tras cinco horas en marcha, devolver la cruz y desencajarme el dichoso capuz, mi cuerpo pedía un barreño de agua caliente para mis pies y una caña bien fresquita. Totalmente despeinada y algo zumbada, rebusqué en el buche y encontré medio botellín de agua calentuja y una última mona, que me jalé mientras esperaba a Nuestro Padre Jesús. Una vez dentro de la iglesia, y reunida con P y A, volví a casa dando por clausurada una procesión más. La pequeña B nos recibió con una sonrisa en brazos de su madre. De aquí a unos años estará ella también, como loca, pidiendo que alguien le desate la túnica.

2 comentarios:

Ague dijo...

Por no hablar de las cascaras de pipa o los cigarricos ajenos que apagas con tu descalzo pie... A mi, me embriaga el olor que describes, al de mi túnica le añadiría el toque a naftalina que me hace recordar a gente que ya no está.
Para mi la de los Salzillos, es mucho más que una procesión y/o una penitencia, es familia, amigos, buenísimos momentos. Risas (momento pierna en la plaza de las flores tras el tan manido "nazareno, eres chica o chico?" Te acuerdas?) es compañerismo, es Murcia en estado puro, visto desde dos agujericos pequeños, desde la intimidad de tu capuz (que no capirote, oiga!)
Me ha encantado. Una vez más. Felicidades pri.

Conch dijo...

Ese caramelo duro que no viste, ese envoltorio que, pegado a la suela, te acompaña tres barrios, el olor de las monas, la que te pregunta "este paso qué número es?"...

Madre mía, prima, tienes que volver! Este año faltásteis muchos.