lunes, 29 de agosto de 2011

El pampaneo


Volver de La India en pleno verano, con todavía días de vacaciones por disfrutar conlleva un montón de cosas que dan pereza hacer. No hablo de combatir el jet lag, deshacer la maleta o quedar con familiares y amigos. No me refiero a volver a comer ternera, y que se convierta casi en un hito en mi vida, o reorganizar las mil quinientas fotos, sino que también hay que volver a las andadas en cuanto a la vida social se refiere. Qué remedio, pienso sin querer, porque es que ni yo misma me explico cómo me da tanta pereza algo que debería estar deseando volver a hacer. Volver al sota, caballo y rey: Playa por la mañana, chiringuito, comilona, siesta, más playa y pampaneo nocturno. Pues no quiero, no me apetece. Mi cuerpo y mi mente me llaman a hacer otras cosas.

El pampaneo. Ocho letras que me empalagan de tal manera que parece que no llego a la “e” cuando las pronuncio. Yo que me había propuesto cambiar de hábitos sociales veraniegos me vi abocada a salir el viernes noche sin que nada pudiera evitarlo. Había quedado con unos amigos en el bar de copas de todos los veranos que, por ser el único decente en varios kilómetros a la redonda, goza de una mayor concentración de pampaneantes y tontosdelpijo. Para acudir allí, el personal se suele cuidar muy mucho el modelito, pues ya desde la carretera, antes casi de bajarte del coche, eres sometida a escrutinio por los que allí pululan, copazo en mano, como han llevado haciendo cada fin de semana desde el primero de julio, no vaya a ser que la vida les enseñe algo mejor. Pues yo pasé de modas y conjuntismos, y me puse lo que más a mano tenía, unos salwar (pantalones típicos hindús) donde cabíamos tres, y una camiseta de tirantes. Con más moral que el alcoyano, no necesariamente favorecida y con tintes perrofláuticos me presenté en terraza del bar, y que se mueran los feos y las criticonas.

Entonces empiezan los reencuentros, los deseados y los no tanto. Amigos que sinceramente se alegran de verte y piden que les cuentes cosas y otros que articulan el mismo gesto de como si te hubieran visto ayer (que no me molesta, ojo). Amigos con los que intercambias experiencias veraniegas y por los que te entristeces si te dicen que no han tenido casi vacaciones o no han podido disfrutarlas como hubieran querido. Luego, por fin, como si te hubieran olido al llegar y mostrando la emoción de no haberte visto en un tiempo, están los tontolpijo, que con ojos libidinosos se empeñan en colgarte sambenitos salidos de su imaginación pervertida. En el fondo creo que los he echado de menos. Sin querer, me envolví en un halo de frikismo yogui y misterio que a alguno lo tenía fascinado. Así, al invitarme a una copa y pedirme una cocacola y no un gintonic eso ya significaba que me he vuelto más espiritual, que es lo que tiene estar todo el verano meditando (¿perdona?). “Ésta es Conch, se ha ido todo el mes a La India a hacer yoga”. Que a cuantos hindús habré dejado con el corazón partido, y lo mejor: “cómo se nota el peso que has perdido, como en La India no habrás comido nada, estás estupenda, no te sobra ni un gramo...” Y yo mientras pensando que mis ganas marranas, que un kilo y medio menos no se considera siquiera digno de mención y qué les pondrán a esta gente en la bebida, que hay que ver. Yo los dejo hablar, que en cierto modo me divierte, pero siempre estará el pavo que se auto-convence de que tu silencio y tu sonrisa significan un sí, quiero. Entonces llegan los pellizquicos cariñosos en el bracico y el costado, y el ofrecimiento a darnos un paseo. Amos, non fotis. “Venga, que es verano”, me dice el muy atrevido. Ni verano ni ocho cuartos. Entonces vuelvo a lo del halo de espiritualidad y me agarro a él como a un clavo ardiendo. “No, mira, es que yo ahora no estoy para nada y paso de pampaneos”. No cuela. “Además, me tengo que ir ya, que me ha dado por madrugar para ver el amanecer y…” De repente le cambió la cara y hasta el color de piel. Así pues, dándole un beso en la mejilla me despedí de él. “Muchas gracias por la cocacola, príncipe”.

sábado, 27 de agosto de 2011

Pensamientos que piensan en La India

Aquí os dejo el enlace del blog de una amiga que conocí en La India donde cuenta su viaje, desde que empezó de voluntaria hace ya más de un mes. Ella, como yo, estuvo 3 semanas trabajando en distintos proyectos de mi misma zona, pero luego partió con una amiga rumbo al norte de la India, a conocer otros lugares más turísticos de los que también habla.

Es una maravilla de blog y la admiro por haberlo creado estando allí. No sólo por el impulso y la constancia que se necesitan para sintetizar tantas cosas en un post (a mí me resultó imposible sacar fuerzas para hacer lo mismo) sino también por compartirlo con nosotros.

Pensamientos que piensan solos

viernes, 26 de agosto de 2011

Indian session

Fue el pasado martes, que quedé en mi casa con mis queridos L y A para vernos después de tanto tiempo y tanta India. A quería ver mis fotos y yo estaba encantadísima de enseñárselas, la selección de 648 (porque no cabían más en el pen) en pantalla de 32'.

La invitación incluía cena, por supuesto hindú, y mi intención era utilizar las especias que me traje, pero no pudo ser. Aproveché la tarde en Murcia para restaurarme (peluquería, manicura, pedicura...) y no me dió tiempo a marinar el pollo y dejarlo reposar como había planeado. Así que, como buena mujer moderna, acudí al Corte Inglés y me hice con un bote de salsa Tikka Masala de Pataks. Que ya, que no es lo mismo, pero yo tenía monazo de comida india y esos botes a mí me traen buenos recuerdos. Y que saben deliciosos para lo rápido que eso se cocina, las cosas como son. En 15 minutos, tenía un pollo Tikka Masala acompañado de arroz al curry. A además trajo una ensalada super rica (y monísima) y para beber tomamos Nastro Azzurro, que nos recordó al viaje por Italia que hicimos L y yo. (Viaje que puede que algún día os cuente, a todo esto). 

De postre, cuando llevábamos 400 fotos y eso empezaba a ser insufrible les ofrecí helado del que siempre tengo en la nevera. Esa maravilla de helado de chocolate blanco con trozos de chocolate. Es que nada más escribirlo... deliro.

jueves, 25 de agosto de 2011

Thank you, India

QUÉ TAL DEJAR ESTOS ANTIBIÓTICOS
QUE TAL DEJAR DE COMER CUANDO ESTÉ LLENA
QUE TAL ESAS TRANSPARENTES ZANAHORIAS COLGANTES
QUE TAL ESE SIEMPRE ESCURRIDIZO ELOGIO

GRACIAS, INDIA
GRACIAS, TERROR
GRACIAS, DESILUSIÓN
GRACIAS, FRAGILIDAD
GRACIAS, CONSECUENCIA
GRACIAS, GRACIAS, SILENCIO

QUE TAL SI NO TE CULPO DE TODO
QUE TAL SI DISFRUTO EL MOMENTO POR UNA VEZ
QUE TAL LO BIEN QUE SE SIENTE UNO AL PERDONARTE FINALMENTE
QUE TAL LLORARLO TODO DE UNA VEZ

GRACIAS, INDIA
GRACIAS, TERROR
GRACIAS, DESILUSIÓN
GRACIAS, FRAGILIDAD
GRACIAS, CONSECUENCIA
GRACIAS, GRACIAS, SILENCIO

EL MOMENTO QUE LO DEJÉ ESCAPAR
FUE EL MOMENTO EN QUE TENÍA MAS DE LO QUE PODÍA MANEJAR
EL MOMENTO QUE SALÍ DE UN SALTO
FUE EL MOMENTO QUE TOQUÉ FONDO

QUE TAL DEJARSE EL MASOQUISMO
QUE TAL RECORDAR TU DIVINIDAD
QUE TAL DESGAÑITARSE DESCARADAMENTE
QUE TAL NO IGUALAR LA MUERTE CON EL PARAR

GRACIAS, INDIA
GRACIAS, PROVIDENCIA
GRACIAS, DESILUSIÓN
GRACIAS A LA NADA
GRACIAS, CLARIDAD
GRACIAS, GRACIAS, SILENCIO

Gracias también a N por recordarme (con) esta canción, a quien le dedico esta entrada.

ROMBA NANDRI, INDIA








lunes, 22 de agosto de 2011

Maldita dulzura la tuya

¿Os cuento un secreto tontorrón? Como creo que sabéis, poco antes de la India me fui a Bilbao al festival bbklive a ver a, entre otros, a Vetusta Morla. Tanto mi amiga N como yo, quedamos prendadas del nuevo disco y en especial de una canción. Pues como no estaba muy segura de poder tener acceso a internet y pensaba que no podría estar sin escucharla, me la guardé por aquí, para poder leerla aunque fuera. (Pinchando en el título y abajo del todo podéis escucharla)

MALDITA DULZURA
Hablemos de ruina y espina
Hablemos de polvo y herida
De mi miedo a las alturas
Lo que quieras pero hablemos
De todo menos del tiempo
que se escurre entre los dedos

Hablemos para no oirnos
bebamos para no vernos
que hablando pasan los dias
que nos quedan para irnos
yo al bucle de tu olvido
tu al redil de mis instintos

Maldita dulzura la tuya
Maldita dulzura la tuya
Maldita dulzura la tuya

Me hablas de ruina y espina
me clavas el polvo en la herida
Me culpas de las alturas
que ves desde tus zapatos
no quieres hablar del tiempo
aunque esté de nuestro lado
y hablas para no oirme
y bebes para no verme
Yo callo y rio y bebo
No doy tregua ni consuelo
y no es por maldad lo juro
es que me divierte el juego

Maldita dulzura la mía
Maldita dulzura la mía
Maldita dulzura la mía 
 
Maldita dulzura la nuestra

La vuelta

A las 7 de la tarde estaba mi taxi esperando para llevarme al aeropuerto. Frente a él tuve que despedirme de un fantástico grupo de voluntarios y amigos con los que he compartido tanto y a los que ya no se me ocurrían más palabras que decirles. “La vuelta” ya había sido tema tendencia en las conversaciones de los últimos días, y sobre esto y mucho más reflexioné en las tres horas que me quedaban dentro de ese taxi antes de llegar a Chennai. Tres horas, la madre del tren. Si algo no echaré de menos de la India es lo lejos que está todo, o sus carreteras y su tráfico, que menuda locura. Al menos este coche tenía cinturón, que me abroché preguntándome si sería la única persona con él puesto en todo el Sur de la India. 

En el exterior del Aeropuerto de Chennai, tal y como el día que llegué, parecía que tenía lugar la verbena del pueblo. El parking y las puertas se petan de curiosos y salidos, que debe de ser aquello el mayor entretenimiento del lugar. Para qué quieren una tele, si tienen la entrada del Gran Hermano en directo, al laíco de casa. Y es que así me sentía yo, como una estrella mediática, con mi maletica de ruedas haciendo el paseíllo. Luego entras y te recuerda a las películas de Pajares y Esteso. Los carteles, de “Salidas” o “Inmigración”, cuelgan de hilos y se mueven al ritmo de los ventiladores que hay colgados las paredes. Desde la puerta ya se ven todos los mostradores, los de facturación, inmigración, aduana y el security check, con lo que yo, que había llegado con tres horas de antelación, estaba lista papeles en media hora. Me tocaba entretenerme para no dormirme en un aeropuerto con sólo nueve puertas de embarque y cuatro tiendas innecesarias. Y se supone que es el tercer aeropuerto de La India, y que en el 2011 estará terminada la renovación. Cuatro meses les quedan para obrar el milagro.

Por fin subí al avión, a las casi 2 de la mañana. Pronto la cena, que esperé con ansiedad mientras me debatía entre tomarme una pirula para dormir o dejarme llevar por mi propio cansancio. Pero es que me quedaban tantas horas de viaje yo sola... Ganó la pirula. Me puse la manta y cerré los ojos. Cinco horas después los abrí con cuerpo de desayuno.

En Frankfurt aterricé a las 8 de la mañana nuestras, y hasta las 11:30 no salía mi segundo avión. Me esperaban otras tres horas de ocio y entretenimiento. Pensé incluso en ducharme, por hacer tiempo con algo distinto, pero al final me quedé con mi libro, la prensa internacional, probando perfumes en la duty free o caminando de la A1 a la 46 y de la 46 a la 1. Varias veces.

Tras un segundo avión de dos horicas, aterricé puntual en Madrid. Con la mochila y maleta en ristre salí escopetada hacia Chamartín. Todavía podría intentar adelantarme el tren a Murcia si llegaba a la estación en una hora. Me metí al metro emocioná de que podría conseguirlo hasta que de repente en la primera parada un grupo de jóvenes haría tambalear mis intenciones. Se podría decir que toda la adolescencia mundial católica estaba en esa estación de metro y a mí me tocó la delegación italiana. Sentí que estaba otra vez en la India, aplastada dentro de una nube pegajosa y apestosa de humanidad. Además, se pusieron a cantar, que si la del Pomeriggio o la de Bella Ciao y lo peor, que nunca parecían cerrarse las puertas. Mi esperanza estaba en que me bajaba en la última parada, de otra forma, nunca podría salir de ese vagón.

Tan solo media hora antes del tren conseguí personarme en la cola de venta de billetes para hoy con los dedos muy cruzados. “¿Queda hueco en el tren de las 16:29 a Balsicas?”. “Pues sí, señorita, ha tenido usted suerte”. Sí que la tuve, sí. Llegaría así a casa tres horicas antes de lo previsto, treinta horas después de aquel taxi, justo a tiempo para la cena.

sábado, 20 de agosto de 2011

La Ciudad del Alba


Si John Lennon levantara la cabeza vería que hoy día en la Tierra existe un lugar donde no hay posesiones, religiones o ni siquiera naciones. Un lugar “donde aquellos hombres y mujeres de buena voluntad viven libremente como ciudadanos del mundo y obedecen una sola autoridad, la de la verdad suprema, un lugar de paz, concordia y armonía”. Ese lugar está en la India, a veinte minutos en rickshaw de donde yo vivo, y se llama Auroville, o Ciudad del Alba.

Auroville fue la visión de una señora francesa aquí conocida como la Madre, allá por los años cincuenta. Sin embargo, no fue hasta 1968 cuando representantes de 124 países y de los 23 estados de La India inauguraron Auroville en un gesto simbólico de unidad humana, pues ése es el objetivo último de esta comunidad, que en la actualidad goza de una población internacional de casi 2000 habitantes. Para el resto de los mortales, sin embargo, lo más llamativo de esta ciudad es el Matrimandir (“Casa de la Madre” en sánscrito), una gran bola dorada en medio de un jardín geométrico. Un enorme Ferrero Rocher que alberga una cámara de concentración silenciosa. Es evidente entonces que, estando tan cerca, no podía dejar de verlo y quién sabe, quizá experimentar un poquito del espíritu de Auroville con mis propios ojos. Y con mi espíritu, mi alma, mi conciencia y todo eso que dicen.

Para acceder al interior de la bola se han de seguir ciertos pasos. En primer lugar, ver un video explicativo sobre esta ciudad universal y el Matrimandir. Una cosa que queda clara desde el principio es que Auroville no es un lugar turístico. A la Cámara Interior del Matrimandir sólo accederán aquellos que seriamente y de forma individual deseen concentrarse de manera silenciosa durante 15 minutos. Así, a las 9 de la mañana de ayer, previa reserva, me personé, junto a un grupo de unas veinte personas, en los jardines del Matrimandir. Allí un aurovillano nos explicó lo que íbamos a ver y hacer dentro del Ferrero. Tenía que ser así, pues debíamos mantener absoluto silencio en su interior. Caminamos entonces tras él, y como es normal aquí, nos descalzamos en la entrada. En fila india, cómo no, fuimos entrando tras limpiarnos los pies en una esterilla blanca. Subimos entonces una cuesta de moqueta blanca hasta un primer piso donde una señora nos indicaba dónde ponernos unos calcetines blancos y remangarnos los bordes del pantalón para evitar introducir cualquier tipo de suciedad en aquello que estaba empezando a parecerme una nave espacial. Una vez calcetinados, remangados, flipados y bonicos del to, iniciamos una especie de peregrinación por la cuesta de la moqueta es espiral. De cómo el silencio se vuelve ensordecedor y cómo tanta gente tan calladica subiendo por la esfera hueca me recordaba pelis futuristas y horribles y me aceleraba el pulso y la respiración. No había entrado siquiera a la Cámara y ya era incapaz de estar en silencio. Sacadme de aquí, pensé, pero aun así seguí caminando.

En el centro de la Cámara hay una esfera de cristal que refleja un rayo del sol proveniente de lo más alto de la cúpula. Ésa es la única iluminación en la habitación y alrededor de ella, en el suelo, sobre esterillas y cojines blancos, nos fuimos sentando todos. Yo escogí un sitio pegado a la pared, y con la espalda apoyada en ella y las rodillas dobladas, como alguien que contempla el amanecer en la playa, me quedé hipnotizada. De repente, mi respiración volvía a su sonido y ritmos habituales, pero el hecho de ver al resto del grupo alrededor de la esfera me ponía algo nerviosa. Algunos tosían antes de entrar y se oía un estruendo. Madre mía, qué presión y estrés en un sitio tan tranquilo. Sin querer me atraganté e intenté no toser, qué agobio, no llevaba ni dos minutos dentro y ya la estaba liando. Intenté relajarme y encontrar la postura, pero el tictac de relojes y pulseras no me dejaba concentrarme. Decidí entonces ponerme seria, y con una respiración profunda y definitiva que oyó hasta la del sari de enfrente, me coloqué en postura de flor de loto. No tengo ni idea de yoga pero si a la gente le funciona… Entonces, una vez cómoda y relajada, cerré los ojos y puse la mente en blanco. De repente, se hizo el silencio en la Ciudad del Alba.

viernes, 12 de agosto de 2011

Feliz Dia de la Amistad

Si algo me dijeron que me iba a ocurrir en La India, además de acostumbrarme a los bichos, las vacas, los autobuses petados y los indios salidos, era que iba a conocer a gente muy interesante. Y así está siendo, que estoy recolectando todo tipo de biografías cuanto menos curiosas, como la de aquel cuya madre murió por una mordedura de cobra, o del otro que estuvo en coma durante seis meses tras el tsunami de 2004. Mucho menos trágica, esta historia ocurrió el pasado lunes.

Estaba yo sola en la sala de ordenadores del cole cuando de repente apareció por la puerta un hombre enorme, algo así como la versión hindú de Don Pimpón. “Happy Friendship Day!”, me dice extendiéndome la mano. “Gracias, igualmente”, le respondí pensando que debía ser una alucinación por el calor. Enseguida me preguntó cómo me llamaba y también qué significaba mi nombre. Fui a lo fácil y le dije que significaba una concha de las del mar, y ¡qué ilusión le hizo! Como si fuera un niño, encontraba fascinante que alguien llamado Conchita estuviera trabajando tan cerca del mar (mi cole está pegado a la playa). “Yo me llamo Santosh, y mi nombre significa total satisfaction”. Cielos.

Tras el shock inicial, me di cuenta que no podía sentir más ternura por este hombre. Un tipo que mira las cosas con los ojos de un niño y lo celebra todo. Siguiendo con esa alegría me dijo que he tenido suerte pues agosto en La India es un mes de festivales (algo que ya sabía gracias a los cánticos de los templos a las 6 de la mañana). El próximo día 13 será el Día de la Fraternidad, cuyo nombre en tamil soy incapaz de reproducir, y consiste en que las hermanas van a casa de los hermanos y atan un lazo invisible de unión. La siguiente fiesta es el día 15, día de la Independencia de La India y la siguiente el 16, que en Pondicherry celebran la Independencia un día después.

Tras el repaso de festividades, el bonachón de Santosh, profesor de hindi, ciencias sociales, educación física y al parecer de lo que le echen, intentó encender algún ordenador para trabajar un rato. Uno por uno fue encendiéndolos y ninguno respondía, tan sólo el de mi izquierda, pero tenia puesta la contraseña. Entonces vuelve a darme palique y yo, sin más remedio, dejo lo que estoy haciendo para atenderle. El pobre se interrumpe a sí mismo y con ese inglés tan elegante que tienen los hindús me pregunta: ¿Estás muy ocupada o puedo tener unas palabras?” Tenlas, hombre, yo encantada.

Entonces, sin venir a qué, me pregunta si conozco el concepto de liberté, egalité, fraternité. Según él, a los franceses les funciona, pero ¿y a los americanos? Según Santosh, en EEUU hay libertad, sobre la igualdad me muestra sus dudas y ¿sobre la fraternidad? “Todavía está por demostrar.” Yo sólo asiento ojiplática, que tanta metafísica me está dejando flipada. Sólo me pregunto cómo ha llegado Don Pimpón a mi vida de esta manera y como ha desvariado nuestra conversación. Él sigue con su concepto, que dice que tiene forma de triángulo invertido, en cuya parte de arriba se encuentran la libertad y la igualdad, de modo que sólo con ambas cosas conseguiremos fraternidad. Así ha querido demostrárselo a sus alumnos en clase de educación física, formando un circulo cogidos de la mano, explicándoles que para que haya fraternidad deben estar unidos, tratándose como iguales y respetando la libertad del otro. De este modo, el éxito de una civilización hermanada recaerá en el apoyo y cuidado del rival más débil. “Una última cosa”, me dice, “¿sabes aplaudir con una mano?”. Intentando pensar cuál era el truco, le muestro mi mano derecha y va el tío y ¡me choca los cinco! “Happy Friendship Day!”

En ese momento, llega el aguafiestas de Gopu, el profe de informática, que es más rancio que el papel de lija. “Yo creo que hoy no es Friendship Day”, suelta el muy soso. Lo buscamos entonces en Google. El Día de la Amistad se celebra en La India el primer domingo de agosto. Efectivamente, no fue el lunes, sino que es hoy. En 2010 cayó el día 1, puede que de ahí la confusión de mi amigo. En fin, sea cuando sea… Feliz día de la Amistad a todos.

lunes, 1 de agosto de 2011

Como, rezo, amo


No gustó la película, pero la novela autobiográfica “Eat, pray, love”, escrita por Elizabeth Gilbert, no tiene desperdicio bajo mi punto de vista. Estructurada y razonada de una manera tan genial y tan cercana, a mí me enganchó desde sus primeras páginas el verano pasado. Sentada en mi silla sobre la arena de la playa, devoraba el libro y me desconectaba de mi aburrida realidad, imaginándome mundos e historias en Italia, La India y Bali, que sabía además que eran ciertas. 

Quizá por eso en septiembre empecé mis clases de italiano en la EOI con tanto ímpetu, quizá por eso no esperé mucho para ver la película, y quizá por eso no me desagradó tanto como al resto del mundo, que a mí, aunque sólo sea por la fotografía, la peli me gustó. Y eso que yo, al saltarse grandes pasajes del libro y por ser Julia Roberts tan bella y tan odiosa, debería detestar la peli de principio a fin.

Mi plan era entonces irme a Italia este verano, para practicar lo aprendido durante el invierno. Vivir un mesecico en una casa en la Toscana hinchándome a hidratos de carbono, yendo a clases por la mañana, estando a mi bola por las tardes. Tal vez inspirada en la peli, no digo que no, pero con la excusa de celebrar mi aprobado en italiano, pasaría un verano idílico y distinto en definitiva.

Sin embargo, mi plan dio un vuelco de 180⁰ una buena mañana de febrero en la consulta del dentista. (Sí, sí, habéis leído bien). Hablando con él de cuándo sería nuestra próxima cita, me informó de que se iba a África a ayudar, currando de lo suyo, durante unas semanas. No era la primera vez que hacía algo similar, pero aun así me dejó impresionada. Y debió ser eso, y el efecto de la anestesia, que me hizo darle vueltas a esa conversación de camino a mi casa. De repente, La India pasó por mi mente.

La India, mi gran asignatura pendiente y paraíso soñado desde mi primer poppadom allá por el siglo pasado. Paraíso a la vez apartado al cajón de los sueños imposibles, pues pensaba que, sin nadie que quisiera acompañarme, jamás podría visitarla… Entonces, todas las piezas encajaron: Era la mejor, quizá la única, manera de irme a la India, a ayudar, que Italia podía esperar, y que ya he estado allí mil veces. Pasar un verano distinto, haciendo el bien, en un destino exótico y hacerlo ya. No dejarlo para “otro verano”, que si algo he aprendido este año es no dejar las cosas para un futuro que a lo mejor no existe. Y que en la playa tanto tiempo me aburro, ya el verano pasado estuve un mes y acabé para cortarme las venas. No quiero que otro agosto mi vida gire en torno a dudas existenciales sobre si hoy me tomo un quinto o una caña, o si esta noche saldremos por Campoamor o por Los Narejos, estando como está el mundo. En palabras de Gilbert, “quiero maravillarme ante algo” y preocuparme por cosas más importantes que la cantidad de ron que lleva mi granizado. Siendo soltera, sin compromisos ni cargas familiares, funcionaria y profesora, con mes y medio de vacaciones,  empecé a considerar este viaje una obligación moral y hasta una vergüenza que no se me hubiera ocurrido hacerlo antes. Como decía un reclamo para profesores en el Reino Unido: If you can, teach (si sabes, enseña) así que allá voy, a ayudar haciendo lo que sé hacer.

No busco que me cambie la vida, sobre todo yéndome sólo un mes, pero sí busco sentirme útil y amada, estar sola y desconectada, dedicarme tiempo a conocerme a mí misma mientras me pongo al servicio de otros, ponerme a prueba, y sobre todo, conocer otras realidades y otras personas. Son ganas de ver sus colores, oler sus aromas y escuchar su bullicio y su idioma. Por fin me voy a la India, por fin, y además de la mejor manera posible.

Gracias a todos los que me habéis animado y apoyado en mi decisión y os habéis interesado por mi viaje y sus preparativos durante todos estos meses. Nos vemos a la vuelta.