domingo, 14 de abril de 2013

Un gremlin de mediana edad



Me decía un amigo profe que esta semana le había costado horrores la vuelta al trabajo. Y no es ninguna tontería, pues quizá, para los profes, esta haya sido la semana más dura del año, al ser en la que más lejos quedan las siguientes vacaciones. Yo le doy la razón en cuanto al lunes, que, con el cuerpo todavía arrastrando los excesos de las fiestas y en especial la de todo el día tirá por la calle el sábado del Entierro de la Sardina, me sentó como una señora patada en el estómago cuando, al sonar el despertador y, con un ojo abierto y otro cerrado, hice un pequeño recuento y maldije mi suerte. Hasta agosto madrugaré todos los lunes, que se dice pronto pero son muchos lunes, y psicológicamente... 

Psicológicamente, en mi coco, había más por detrás que, tres días antes, otro tipo de realidad me había golpeado más fuerte.

Sucedió la noche del jueves anterior, cuando, por un error de cálculo, me quedé sin ir con mis amigos a una barraca. Así, cené ya bastante tarde y solica en casa y, cuando me di cuenta, eran las once y media pasadas. Ahí estaba yo, mirando el reloj de la cocina y comiéndome mi pechuga de pollo casi a media noche. Me quedaban veinte minutos para convertirme en… ¡un gremlin de 35 años! De repente paré de masticar y se hizo un silencio ensordecedor. Mil pensamientos me venían a la cabeza, junto con unas ganas de llorar tremendas. Enseguida, a modo de campanas de Nochevieja, me empezaron a llegar mensajes de whatsapp y menciones en Twitter y Facebook: “Feliz cumpleaños, Conch”.

En la vida me había sentado mal cumplir años, pero los 35 se me estaban atragantando de mala manera. Al irme a la cama pensé que debía ir aceptándolo: Ya soy una mature, y así lo anuncié en Twitter. Al día siguiente no dejaban de llegarme, por todas las vías posibles, montones de felicitaciones y buenos deseos, así como mensajes de ánimo. Con especial cariño recordaré siempre los de un par de amigos cuarentones simpáticos que, con frases del estilo de “Ahora viene lo interesante” y “En cinco años comienza espectáculo”, intentaron hacerme cambiar de opinión respecto a mi recién estrenada viejunez. ¿Qué espectáculo? – pensé. ¿La menopausia?

Una semana después y tras varias celebraciones (que es que yo, cuando me pongo, soy muy gitana), veo la cosa de otro color. El cambio de chip, el clic, me llegó el domingo pasado, Día Mundial de la Salud, mientras esperaba a L en la Plaza Belluga. Debió de ser la catedral, la temperatura primaveral o la gente que vi pasar frente a mí. Además, me acordé de lo que me contó M, que de pequeño, los 35 significaban para él mediana edad por una mera conclusión matemática. Para alguien con mil neuras como yo, y a la vez tan fan de empezar nuevas vidas cada dos por tres, sentí que no debía desaprovechar la oportunidad que se me presentaba. Cambiar de vida en el supuesto ecuador de la misma, que visto así no parecía ser demasiado tarde.

Así, elaboré mentalmente una pequeña lista de propósitos para, poco a poco, ser un poquito más feliz y, a la larga, mejor persona. Analizando mis errores de los últimos tiempos, decidí en primer lugar restringir el uso de las redes sociales y “la maquinica” (así llama mi padre a mi móvil), y volver al cara a cara. Así, cuidar a mis amigos y hacerles más huecos en mi agenda. Agenda con la que no perderé el tiempo planificando cosas… que luego no tengo tiempo de hacer. De ese modo me dedicaré más a cuidarme, mimarme y también a dormir más horas. Por último, aunque difícil, intentaré ahorrar algo, me esforzaré en reírme todos los días y prometo que nunca más volveré a comer nada pasada la medianoche.

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