Hoy confieso mi último vicio. Un
vicio saludable del que no me puedo desenganchar. Será que tengo síndrome de
abstinencia sin el gimnasio, o porque, aun siendo tan de letras como soy, me chifla
hacer cuentas, estadísticas, comparativas y recuentos. Se trata de una
aplicación del móvil que, desde mi hombro y con ayuda de un GPS, hace un
seguimiento de mis caminatas con mi amigo L. Y es que se nos va la olla.
Empezamos a andar y andar por parajes cercanos pero en ocasiones desconocidos y,
apretando el culo y los abdominales, nos hacemos una media de diez kilómetros
así como el que no quiere la cosa. Entonces al finalizar, como premio, me dice
las calorías que he quemado: seiscientas cuarenta y ocho, setecientas dos,
setecientas treinta y cuatro… Y cierto es que dan ganas de recuperarlas
jalándome un Big Mac, pero me contengo, pues sé que pronto me estaré cargando
mis buenas intenciones con el aperitivico, el helado típico, o simplemente con los
fines de semana.
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El fin de semana pasado se me
ocurrió cambiar de ubicación. Otro vicio que tengo, que me fui con mi querida V
a otro festival, el tercero en lo que va de año. El Arenal Sound tiene lugar en
Burriana, junto a la playa y dura cinco días, pero nosotras sólo fuimos dos. Así,
el viernes tarde, antes de llegar a nuestro hotel, se nos ocurrió echar un
vistazo a los alrededores del recinto del festival para hacernos una
composición de lugar. Tal y como nos sospechábamos, la media de edad, vista desde
la carretera, no superaba los 25, pero eso no nos quitó las ganas de bailotear
y canturrear con el mogollón de grupos que tocaban esa noche. O al menos ésa
era a la idea.
A las 11 de la noche salimos de nuestro hotel hacia el festival con tiempo suficiente para llegar, aparcar y ubicarnos cerca del escenario correspondiente. Error. Era imposible encontrar un espacio en ese pueblo, y algo hacía que V y yo nos resistiéramos a dejar el coche en el quinto pino. Cegadas por la esperanza de encontrar milagrosamente un sitio maravilloso cerca de la entrada al recinto, conducíamos y conducíamos sin darnos cuenta de que el tiempo pasaba. Ya al borde de la desesperación, tiramos hacia el sur y acabamos en una carretera oscura que parecía llevarnos a ninguna parte. Marta, la voz de nuestro GPS, nos pedía indignada que diéramos la vuelta cuando nos fuese posible. Pero no lo era y hasta empezaba a dar canguelo, que yo ya me imaginaba a la niña de la curva apareciendo en una de ésas. De repente, una luz nos descubrió un pueblo en el que nos adentramos y, poco después, un bareto en un parque. “Bajémonos aquí y replanteémonos la situación”.
Casi sin hablar, simplemente dando sorbitos a nuestro granizado, pensábamos qué hacer sintiéndonos muy perdidas y muy patéticas. Tras dos horas sentadas en el coche habíamos acabado en Nules, en el chiringuito del pueblo, rodeadas de jubilados, donde ni siquiera sonaba algo de música. Pedazo de festival.
Una vez terminadas nuestras bebidas, decidimos dejar de ser tan princesas y aparcar donde buenamente pudiéramos. Rozaban las 3 de la mañana cuando por fin canjeábamos las pulseras tras haber atravesado horrorizadas un paseo marítimo que parecía la meca del botellón o incluso el mismísimo infierno. Efectivamente no pertenecíamos a ese lugar, estábamos desubicadas tal y como habían augurado nuestras amistades. “Treintañeras que van al Arenal Sound”, se carcajeaban los sarcásticos.
Sin embargo, al día siguiente, tras consultar los planes de mis amigos en las redes sociales pude comprobar que el que más o el que menos presentaba síntomas de desubicación. Desde treintañeros que emocionados acudían al concierto de Julio Iglesias en Los Alcázares, a otras amigas mías, madres liberadas y desatadas, que volvían a los bares de la Curva de Lo Pagán, quince años después.
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“Vos sos un desubicado”, que diría un argentino. “Me apuesto el meñique a que tú también”, le contestaría yo inmediatamente. Que aquí el que esté libre de culpa que consulte su GPS.
“Vos sos un desubicado”, que diría un argentino. “Me apuesto el meñique a que tú también”, le contestaría yo inmediatamente. Que aquí el que esté libre de culpa que consulte su GPS.
2 comentarios:
jajajajaja me parto de imaginaros a las dos en Nules.
Pero es mucho peor y mucho más de desubicado otras cosas. Como ser madre y llevar minifaldas o ser padre de familia e ir al Plaza3.
Nules, patrimonio de la humanidad.
Nules, chiringuito de la humanidad.
Yo cuando sea madre llevaré minifalda, por variar.
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