No fue hace mucho que mi amiga I
nos pasó por email una copia de un post de uno de esos blogs tan buenos y tan geniales,
que son de pago. La entrada trataba de aquellas cosas que, aunque nos duela
reconocerlo, deberíamos aprender de los hombres. Cómo serían tales cosas, no
obstante, que me acuerdo tan sólo de un par de ellas. Con la capacidad de retentiva
que creo que tengo y se ve que en su momento diría “bah, paso”, que supongo que
una parte feminista de mí se niega a copiar los patrones de comportamiento
masculinos a las alturas de la película que estamos. Si acaso, como ya apuntó
mi amiga V, que también leyó este post, nos podrían enseñar a hacer pis de pie,
que eso sí que es verdaderamente práctico.
Del único punto que me acuerdo que
deberíamos aprender es, tal y como hacen los tíos, a no contestar mensajes de
gente que no nos interesa. Nosotras sí, siempre contestamos. Hay algo en
nuestra educación que nos impide no responder a ese mensaje aunque sea con uno de
esos iconos de monito de Nikko. Ellos pueden perfectamente leer un mensaje y
contestarte a los tres días, al mes, o quizá no contestarte nunca. Los hay
también que escriben un “¡Claro!”, y eso parece que te calma el ansia viva…
durante una hora. Así, algunas tenemos los móviles llenos de deprimentes “claros”
y de monos de feria.
Otro de los comportamientos
supuestamente modelo que recuerdo de repente es lo de que los tíos se prueban. Aquí
entra entonces el denominado por una de mis blogueras de cabecera, Moderna de
Pueblo, el Capullo Trimestral. Aquel que, tres meses después, decide tirar de
whatsapp y preguntarte qué te cuentas. Porque te ha tocao. Y el tío además va y
te ofrece una cita consistente en quedarse en casa, en el sofá, con manta y
peli. ¡¿Perdona?! ¿En qué momento se pasa de un tres-meses-sin-hablarte a la
intimidad de un sofá? Sin embargo, no seremos capaces de decirles la verdad y
mandarlos a la mierda con todas las letras. Es más, nos veremos obligadas a
contestarles. “Estoy muy ocupada, otro día”, digo yo muy a menudo, y confieso
que me siento algo loser. Como si
colara encima.
Este viernes volvió a intentarlo.
Y yo con ganas de salir pero sin haber concretado acompañante. Él pidiendo
audiencia, y yo queriendo huir. Lancé mensajes a todos mis amigos y aquello
parecía la noche de los planes. Cenas, una fiesta de cumpleaños sorpresa,
conciertos del Murcia Tres Culturas, Julio
César en el Teatro Circo, una graduación, un finde en Granada, Madrid o
Calpe, y hasta la –qué casualidad - proyección de Mujeres al borde de un ataque de nervios en la Filmoteca Regional.
Estaba Murcia para salir corriendo, y mientras mis congéneres derrochaban todo
tipo de hormonas con los romanos de Shakespeare, yo me decantaba más por la
obra de mi amiga de la infancia Diana M. de Paco, que se estrenaba en el centro
Párraga. Espérame en el cielo… o, mejor,no se titulaba la historia de
cuatro mujeres distintas que yo necesitaba ver, pero con alguien que no fuera
él. De repente N, a pesar de estar cansada del curro, se interesó y me salvó
como no era la primera vez. “Tengo ya planes. Otro día”, le escribí al payo. Y
ahí la coletilla mentirosa de nuevo.
Tras la obra de Diana, N y yo
comentábamos especialmente la historia de la mujer que se volvía loca porque su
novio era incapaz de soltar mentiras. Me hizo darle la vuelta al concepto de la
verdad, la mentira y de si preferimos sinceridad o trolas piadosas que no hacen
casi daño. De si deberíamos contarlo todo o simplemente nunca hacer preguntas
de las que puede que no nos guste la respuesta.
“¿Sigues interesada en quedar
conmigo, Conch?”, me escribió más tarde. En otro momento le habría contado la
milonga de que había conocido a alguien, o quizás debía haberle contestado con
un “claro” o un mono, pero esta vez, algo me impulsó a utilizar unas palabras
sinceras. “Espérame sentado o… Mejor, no.”
2 comentarios:
Qué ilu ser parte de otro post. me encanta. fue una noche muy chula, verdad que sí?
N y tal
Chulérrima :)
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