“Tú lo que tienes es un planazo”,
me decía A la otra tarde cuando le conté mi idea de quedarme a dormir en Lorca.
Me ahorraría dos viajes en coche y un madrugón, que no está la vida como para
maltratarse tanto. Y es que tenía razón con lo del planazo, y cierto es que esa
palabra me dio alas y me reafirmó en mis propósitos: “planazo”. Como la alta
ejecutiva que siempre quise ser, tenía una reunión a primera hora de la mañana
del miércoles. Pasaría la noche del martes en un céntrico hotel, con mi
maletica, a mi rollo, viendo la tele que nunca veo, acostada en una cama bien
hecha del tamaño de una plaza de toros.
Ya que me quedaba a dormir les
dije a mis compañeros que, después de trabajar, me sacaran por Lorca, a cenar,
y que me llevaran a un sitio chulo. Y tan chulo, que no podían haber dado más
en el clavo con mis gustos. El FBI o Freak Burguer International de la calle Granero fue
el lugar elegido, y como esos tesoros que no te esperas encontrar, el sitio me
moló desde que crucé la puerta. “¿Has visto que cada silla es de su padre y de
su madre?” Claro que me había fijado, pues no hay otra señal más clara de
modernez y hipsterismo que un mobiliario que parezca descuidado y traído de una
antigua oficina o fábrica. Estaba encantada.
En la carta abundaban, junto con
unos entrantes tipo restaurante americano, unas hamburguesas de lo más
variadas, curradas y cachondas. Con nombres todas ellas de mafiosos y chorizos
conocidos. Desde la hamburguesa Al Capone, pasando por la Joe Bonanno y hasta una
llamada Jesús Gil. Y claro, pronto surgieron los chistes y las gracias, que de
repente se nos ocurrieron otro montón de nombres de actualidad como para abrir
tres restaurantes más. Quizá con menos sabor americano y más a lo España cañí,
con sillas de patio sevillano… Lo estoy viendo.
Y luego que las hamburguesas
tenían una pintaca… Que si a elegir de pollo o vacuno, o incluso de, agarraos, Angus
traído de Australia y Kobe del mismísimo Japón. Que como soltó A, “muy hipster,
pero tampoco es necesario con los productos tan buenos que tenemos en la Región”,
y empezó a soltarnos el rollo de siempre del fomento de lo local si queremos
salir adelante. “Mira, ahí tienes una hamburguesa de chato murciano”. Calla ya
y disfruta de la cena.
Para finiquitar, tras la infleta,
pedimos tres postres con seis cucharas, cuál de ellos más rico. Confieso que,
ya que estaba, me habría tomado una copa y me habría quedao bien, pero en
martes me pareció demasiado vicio. Lorca además estaba desierta, pero hacía una
noche buenísima para pasear, y la tentación de un gintonic fresquito volvió a
aparecer cuando pasamos por la puerta del Thai, uno de los bares de copas más
de moda de la noche lorquina.
Cuatro años llevo trabajando en
Lorca y todavía me pierdo un poco por sus calles. Y más de noche. Así, mis
amigos decidieron, también para bajar la cena, hacerme un pequeño tour guiado
por el casco antiguo de Lorca la nuit. Subimos entonces a casa de M, que vive
en un ático con vistas al castillo junto a la iglesia de Santiago. Sin crucero
ni cúpula, y de noche, la imagen es desoladora. “Si llego a estar aquí cuando
se derrumbó, me muero”, dijo M. Otra cosa que ha perdido es la intimidad, pero
también ha hecho amistad con los operarios, a los que saluda cuando se pone a
tender las bragas en su terraza. Tomar el sol a sus anchas tampoco puede,
aunque cubriendo esa verja con una esterilla…
A la mañana siguiente, bajo un
sol imponente, bajé Juan Carlos I haciendo unas mil reflexiones, inevitables
cuando pasas frente a lo que queda del IES Ramón Arcas. Porque si hablábamos de
planazos, cuando se cumplen dos años del terremoto, una no puede evitar
preguntarse dónde quedaron todos aquellos planes de ayuda y por qué parece que
se han olvidado de nosotros. Yo de momento no me olvido, y pienso volver a pasar
una noche en Lorca todas las veces que haga falta.
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