Si he notado algún cambio
llamativo en estos días de fiesta, ha sido la cantidad de nuevos vocablos que
han aparecido en las conversaciones entre mis amistades, familia y en las redes
sociales. Lo hipster, el ola ke ase y el escrache, entre otras palabras
chulérrimas, han invadido el vocabulario de todos de una manera brutal y muy
contagiosa, que hasta el de la camisa las utiliza en su día a día.
Con la que me quedo yo es con postureo.
Postureo de posar y de pose. De hacerte el prota, y sobre todo, sentir que para
el mundo también eres importante. No se trata, como veis, de un concepto nuevo,
sino del aparentar de toda la vida, fardar, chulearse y hasta fingir que cada
momento de nuestra vida es especial, para así, buscar un reconocimiento. Y es
lo que tiene vivir en la era de la extimidad,
que todo tenemos que documentarlo, a poder ser, en ese mismo instante, que hace
que el postureo viva su mejor momento. El “ahora vas y lo cascas” en todo su
esplendor. Y posar, especialmente si hay un photocall y decir, sin utilizar una
herramienta de geolocalización: “Aquí estoy yo, que lo sepáis”. Esa necesidad
de sorprender o de que la gente te admire y suelte un “¡hala, qué guay!”, o
respondan con un twit o un cumplido reafirmándote lo chulesco que eres. Lo que
comes, lo que bebes, lo que compras o lo que lees y sobre todo dónde estás y
qué haces. Que hasta ir al súper del barrio puedes convertirlo en lo más cool
mientras estés tú ahí y le pongas el filtro de Instagram adecuado.
Por eso lo hemos vivido de manera
tan intensa estas fiestas. Que ya no digo aquellos que han fardado de viaje de
Semana Santa, publicando instantáneas odiosas en Miami, Bali o las Islas
Mauricio, que también los que nos hemos quedado en Murcia hemos postureado
hasta decir basta. Desde el primer nazareno hasta el último paparajote.
Ya este lunes, día de pre-bando,
tenía lugar un aluvión de postureo. Desde los que se fueron a la playa hasta
los que nos quedamos aquí comprando claveles, esparteñas o incluso un refajo nuevo.
La decisión de vestirse de huertano o huertana, la preparación de la
vestimenta, planchar o pasar los lazos con un imperdible era publicado en la
red como anticipo de lo que pasaría al día siguiente en las calles de Murcia.
Así, desde bien temprano, Murcia
mostraba postureo en cada esquina. Los más madrugadores fardaban de caña matutina
y los más jóvenes, con su carro tuneado, buscaban hueco en algún parque para
empezar el botelleo. Lo más postureo, de siempre, el atuendo huertano. Vayas de
lo que vayas, con el traje ortodoxo e impecable, o todo lo contrario, serás
protagonista. Este año recordé que, cuando era adolescente y lo cool era
vestirse de chico, me sentía la reina del universo por llevar el chaleco azul.
Ahora lo mainstream es llevarlo rosa,
mientras que las trendsetters lo
llevan fucsia, acompañado de shorts, converse y camiseta de tirantes, por
ejemplo. Y no les culpo, que querer darle personalidad a tu atuendo es más
viejo que el sol. Desde las medias bajadas con deportivos, el sombrero de paja
o la chapa del Real Murcia; a las Abarca Shoes de mi amigo L (con sus calcetas
amarillas), el borsalino de J o el mini refajo de N, todo es digno de postureo.
Engancharte con mil botones por culpa de los flecos, no encontrar sitio para
comer, decidir si cambiar de lugar del botelleo y quedarte sin batería en el
móvil, es igualmente postureo. Que a la mañana siguiente fardarás de dónde
acabaste y a qué hora, y de si tuviste que madrugar o te quedó en la cintura la
marca del refajo.
El postureo primaveral murciano
es inevitable. No sé cuántos primeros baños de la temporada habréis presenciado
o si os han hablado de los famosos con los que se han cruzado por la calle.
Esas charangas que no nos han dejado dormir la siesta o los tangas y collares que
nos dieron los sardineros. Según @Postureo_, “cualquier cosa que se haga puede
ser tachada de postureo, pero no por eso vamos a dejar de hacerla.” Y más aquí
en Murcia, donde nuestra vida siempre es especial durante las fiestas de
primavera.
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