Los capullos no regalan flores,
pero las amigas sí, y cuando eso ocurre, siempre te pilla desprevenida y sin
jarrón. Como si me hubieran encargado el cuidado de un bebé, la maceta que me
regaló por mi cumple mi amiga A me presentaba un montón de retos, desde
acordarme de regarla cada tres días para mantenerla con vida por un tiempo medianamente
decente, hasta aprenderme su nombre, que jolín, no hay manera de recordarlo.
“Una con flores rosas”, le digo a quien me pregunta. Tuvo que verla Trini, que
vino a limpiar mi casa, para explicarme cómo cuidarla, reñirme por tenerla tan
abandonada, y salvarla haciéndola florecer, por lo que decidí tomármelo en
serio. En el camino que he ideado para convertirme en mejor persona, a mí las
plantas no se me mueren. Desde entonces riego mi maceta sin nombre
religiosamente, le dedico mi tiempo, le hablo, le canto y hasta la saco al
balcón. De hecho, ya han pasado tres semanas y aquí la tengo, hecha un toro.
Sin embargo, una vez superado el desafío
de la maceta, algo me decía que no era suficiente. Tras haber pasado una época
de saturaciones laborales y personales varias y pseudo-crisis de personalidad y
autoestima, necesitaba más retos, más caña, más madera, para hacerme sentir
mejor mujer, más completa quizá. Así que me fui a lo simple y a lo que siempre
nos funciona a las mujeres. De compras.
Cinco horas después salía yo de
la Nueva Condomina que parecía la madre y el hijo juntos. No obstante, el contenido
de mis bolsas de compras me sorprendió hasta a mí cuando lo lancé todo sobre el
sofá. En un ataque por recuperar el amor propio, a cualquiera le habría dado
por comprarse unos tacones y un pintalabios rojo, pero en mi caso, parecía que
mi subconsciente me pidiera echar el freno y pasar un tiempo a solas conmigo
misma. Que paren el mundo, que me bajo para estar a mi bola. Una novela, una
peli, una serie, un disco y un cómic fueron mis adquisiciones de esa tarde.
Empecé con la música y, con el tranquilico
álbum Fuerteventura de Russian Red de fondo, me puse manos a la obra con las
lecturas.
El cómic, Los capullos noregalan flores de Moderna de Pueblo, fue lo primero que leí y, tras varias
carcajadas con las que los vecinos debieron de flipar, me lo terminé sin dejar
de asentir con la cabeza a todo entre lágrimas de risa. En ese libro, donde se
analiza todo el espectro del moderneo y el capulleo de la sociedad actual, me
vi tan reflejada que asustaba, pero también me hizo sentir que no estoy sola. Por
si acaso esto se me olvidara, lo he dejado en mi mesita de noche para futuras
consultas.
De las mesitas de noche se habla
mucho en Si tú me dices ven lo dejo todo… pero dime ven, la novela de Albert
Espinosa que me compré. Con frases gloriosas como para ir leyendo con el lápiz
en la mano, me sacó millones de sonrisas y algún que otro guau, y me lo zampé
en tan sólo un par de noches que me supieron a poco. Como la serie, Girls,
recomendada por mis amigos, que me enganchó desde el primer episodio. Se trata de
las historias de unas chicas que viven una vida que, por una cosa o por otra,
está muy lejos de ser ideal o perfecta, pues todas ellas tienen algún trauma o
son en cierto modo unas fracasadas. Y mola. Se acabaron las utopías de Sexo en
Nueva York y Gossip Girl, démosle paso a las mujeres reales.
Por último, me queda hacerle un
hueco en la agenda a la película, 500 días juntos (500 Days of Summer), pero creo que ya estoy
curada, o al menos me siento mejor. Precisamente en Si tú me dices ven… me
encontré lo siguiente: "Parar el mundo es decidir conscientemente que vas
a salir de él para mejorarte y mejorarlo". Y es que eso es lo que
necesitaba, hacer un alto en el camino para darme unas raciones de amor propio…
y regar mi planta.