Estaba empezando a ponerme
nerviosa. Porque sí, de siempre he sido muy de dejarme las cosas para el último
momento y de, a la vez, poner a la gente a mi alrededor histérica. Yo digo que
trabajo mejor con presión y que, si puedes hacer algo mañana, también lo puedes
dejar para pasado. Esta vez, sin embargo, la situación estaba alcanzando
niveles críticos tales, que hasta a mí me empezaban a quitar el sueño. A dos
semanas de la boda de mi amiga B yo no tenía vestido ni nada que se le
pareciese.
Precisamente, aunque por otros
motivos, esa mañana había quedado a desayunar en el Vox Populi con mi amiga A,
que es personal shopper. Tras hablar de nuestras cosas, no tuve más remedio que
aprovecharme de su nobleza y soltarle, así de refilón, como la que no quiere la
cosa, que me dijera dónde encontrar un vestido de boda bueno, bonito y barato y
sobre todo, rápido. “¿Qué idea llevas?”. “Pues me gustaría algo clásico,
sobrio, colores pastel, ocres o con encaje, oscuro, que no llame mucho la
atención, con manguica…” Y ahí estaba yo, intentando ponerme todo lo fashion y
técnica que podía, mientras A me miraba esperando a que yo parara de decir
tonterías. “Olvídate, tía, nada de eso te va. Tu cara pide colores vivos. Por
cierto, ese jersey que llevas no te sienta nada bien”. Y así, de golpe, me
apañó, y me pregunté si en la formación de personal shopper habría una
asignatura de delicadeza. Sin embargo no me ofendí porque sé que tenía razón y,
con las pautas que me dio, me puse en modo búsqueda y captura.
Que si quieres colores vivos,
Catalina… pues toma dos tazas. Al día siguiente de mi charla con A, fueron mis
amigas y mi madre las que, a través del whatsapp, y junto con la dependienta de
la tienda, me ayudaban a elegir entre el azul eléctrico y el verde que te
quiero verde. Por mil razones sería este último el elegido. Ya sólo me faltaban
los zapatos, la chaqueta, los pendientes, una pulsera, el bolso, las medias y
pedir cita en la peluquería.
Sábado a las 12 del mediodía, a
cinco horas de la boda, la chica de la zapatería me estaba pidiendo que le
marcara el PIN. Llegaba tarde a la pelu, donde pronto les expliqué que mi
retraso se trataba de una verdadera urgencia. Una hora después salía de allí
con la cabeza llena de trenzas (estas peluqueras que no entienden el concepto “algo
sencillico”) dispuesta a comer tranquilamente en casa y empezar, con tiempo, a
arreglarme y maquillarme, pues las ojeras de la semana iban a necesitar de un
buen enlucido.
Por fin iba bien de tiempo,
pensaba mientras me hacía un cafelito a ritmo de Nina Simone, inspirada por
esas trenzas. My baby just cares for me cuando de repente… ¡las medias! A dos horas de
la boda todavía tendría que correr al único lugar de Murcia abierto. Y empezó a
chispear. Y yo con mis trenzas y sin paraguas.
“¿Estás lista? Salgo por ti”, me
decía L, que en quince minutos pasaría por mi puerta. Y sorprendentemente, a
falta del vestido y los tacones, lo estaba, y con una sonrisa orgullosa cogí el
vestido para ponérmelo y, de tanto brío, me cargué el tirante. A media hora de
la boda y a punto del infarto, a la McGyver que llevo dentro no se le ocurrió
otra cosa que arreglarlo con un clip. Para cuando L tocó el timbre, el tirante
estaba en su sitio y yo salía taconeando con garbo hacia la iglesia de San
Miguel. O más bien a la zapatería que hay justo antes, porque tanto garbo debió
agrandar los zapatos, que de repente parecían una talla más grandes. Tuve que
comprarme unas plantillas.
Blanca y radiante iba la novia, y
me sonreía mientras leía las peticiones que, por algún milagro bendito, no me
olvidé en casa. Si tú supieras, querida B, el desastrico que tienes de amiga.
Acabé contándole a todo el mundo
lo del clip, pero no les hablé de la herida que me hizo en la espalda. También
del acierto con los zapatos, con los que no duré ni tres bailes.
2 comentarios:
¡Que interesante!, yo dejo para mañana y tú incluso para pasado....¡Tomo nota!, seguramente si que puedo atrasar aun mas cosas jejeje.
Si es que a las mujeres nos luce ir a la carrerilla y armar un pollo por alguna tontería de última hora, en ese aspecto admiro a los hombres que quince minutos antes de la boda ven que han engordado y no cogen en el traje previsto y se cambian a otro sin ningún tipo de aspavientos, ni por la improvisación, ni por el engorde cosa que a mi me llevaría a los abismos.Una pena no ver los zapatos en la foto, (yo es que me fijo mucho en ellos).
Yo en la agenda me dedico a trasladar y trasladar, corta y pega tras corta y pega... ;)
Estoy pensando dedicarle un solo post a los killer shoes. El viernes volví a atreverme con ellos y... fracaso desde el minuto cero! Lo que es no aprender...
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