Fue la negrita de ese email, o
más bien la rojita subrayada. “Último día para apuntarse: 3 de octubre”. Yo, que iba como loca pues ya era la hora de irme a casa, le pregunté a A: “¿Qué
día es hoy?”. “Tres de Octubre”, me contestaba sin prestarme atención. Así,
rápidamente, casi sin leer, rellené mis datos en la instancia online y poco
antes de apagar el ordenador comprobé que me había llegado el email automático
con el comprobante de inscripción. Por fin me había llegado la convocatoria de
mi ansiado curso de formación y me había apuntado dentro de plazo, ya podía
irme a casa tranquila.
No fue hasta tres días después
cuando, mirando de refilón la bandeja de entrada, leí: Inscripción al Curso de
Contabilidad. ¿Quéeee? ¿Peeeerdona? ¡Pero si yo soy de letras! No era ése el
curso en el que me quería inscribir. Volví a mirar el email y me había
matriculado en de la línea de abajo. ¿Ahora qué hago?, pensé. ¿Qué le explico
yo al director del curso que me ha admitido? ¿Que iba con prisas, que soy una
persona caótica y que yo en realidad no quería, oiga? Por unos segundos creo
que entré en pánico, pero luego pensé en el destino, en el por qué de las
cosas, en probar cosas nuevas y en que el saber no ocupa lugar. El caso es que
un curso de formación nunca viene mal, ¿no? Entonces, aunque sólo fuera por
ahorrarme la vergüenza de contarle mi vida al organizador, toda valiente decidí
lanzarme a la aventura y que fuera lo que Dios quisiera. Ese martes tarde
empezaría mi curso.
Seríamos unos veinte en aquella
sala, todos con una cara de “he venido obligado, yo en realidad no quería” que
se notaba a la legua. Yo, que me lo había tomado con filosofía, me senté, todo
animosa y dispuesta a todo, en uno de los ordenadores mejor situados de la
sala. Mi gozo en un pozo cuando me di cuenta de que no rulaba la aplicación con
la que se suponía que iba a trabajar las siguientes horas de la tarde. No era
la única, por lo que el profesor decidió explicar los conceptos básicos
haciendo él de modelo mientras nosotros mirábamos la pizarra digital durante
tres horas sin descanso.
Al mismo tiempo, esa misma tarde,
I hacía un curso de coaching. De esos con tests de personalidad, dinámicas de
grupo y cosas chulérrimas y extrañas para conocerse a sí mismo y ser mejor
persona y mejor trabajador. Al día siguiente haría otro para emprendedores,
sobre cómo montar tu empresa y no morir en el intento. Y qué casualidad, que
también ese día, en el facebook, mi amiga M, con el don de la oportunidad,
colgaba un corto llamado “¿Bailamos?” sobre una niña y su padre, que la
obligaba a estudiar y aprender inglés mientras ella sólo quería bailar. El
padre cortarrollos intentaba impedir lo que es inevitable en un niño, las ganas
de jugar y sus sueños de ser bailarina, mientras una risa en off denotaba lo
equivocados que, como él, están algunos, que piensan que estudiar una “carrera
con salidas” es la única opción válida hoy en día. “Estudia lo que te gusta y
trabaja en lo que puedas”, me dijeron mis padres, y lo que era una carrera sin
supuestamente más salidas que ser profe es lo que me está dando de comer. Que
tampoco es la norma entre los de mi promoción desgraciadamente. Por otra parte,
también tengo tres amigas bailarinas que nunca han estado en el paro, y mis
amigas que lo están tienen estudios, formación extra e idiomas.
Muy complicado todo y mucho me he
comido la cabeza con el tema de la formación esta semana. Casi tanto como con mi
curso de contabilidad. El segundo día fui más lista y me senté junto a una
chica cuyo ordenador funcionaba y además parecía entenderlo todo a la
perfección. Yo creo que al final algo estoy aprendiendo y confieso que hubo
ratos en los que me lo pasé hasta bien. Efectivamente, adquirir nuevos
conocimientos nunca está de más para nadie, esté en el paro o no y que, quién
sabe, puede que me sirvan para algo en un futuro. ¿Te hago un presupuesto?
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