Para acordarnos del verano, que todavía nos queda reciente... Artículo publicado en la Müsh! Magazine el pasado agosto. De venta en vuestro quiosco más cercano.
Lo confieso. No hace mucho quise
convertirme en Chenoa, Carolina Cerezuela o la mismísima Ana Obregón y pasar todas
las vacaciones que tuviera en mi vida en Miami, año tras año. Y estuve a punto,
ojo, que tras un invierno sombrío hace unos años pensé en mi amigo R, que vive
en Miami y decidí gastarme los ahorros en un vuelo trasatlántico para ir a
visitarlo, y que se murieran todos los feos. Fue una semana santa fantástica,
sacando la hortera que llevo dentro, a mi bola por Ocean Drive, de compras chulérrimas
con las que luego fardé, tomando mojitos en Española Way o montando en un
airboat entre cocodrilos a lo CSI. Así, en el avión de vuelta lloraba porque,
pensaba entonces, nunca podría vivir allí, pues en principio me habría quedado
en ese lugar toda la vida.
Y como decía, estuve a un paso
más de convertirme en Chenoa cuando, al año siguiente, mis amigas M y A se
pusieron con los brazos en jarras frente a mí recordándome una promesa que les
hice: “¿No nos ibas a llevar a Miami?”. Y ahí que esa primavera repetí viaje,
aunque con mis amigas, que hizo que fuera distinto y mejor.
De ese segundo viaje me acordé
cuando E, que se casó hace una semana, me llamó para que le recomendara sitios
y cosas molonas de Miami, pues se iba de viaje de novios. En la lista de
sugerencias, además de lo típico y lo especial, no pudo faltar el Nikki Beach,
pues estando en la época en la que estamos, era lo que más me pedía el cuerpo.
Un sitio de chill out, copas, cena, música o lo que se precie, al pie de la
playa. Un sitio tanto para descansar, pues para eso está el verano, como para
pegarte unos bailes y unas risas sobre la arena, y conocer gente si eso, que
estas cosas siempre unen, y venga, otro mojito…
Se me fue el santo al cielo, y
pese a que mi adicción a Miami ya había sido superada, me sentí en la tentación
de coger un avión y plantarme ipso facto en el nº1 de Ocean Drive. Sin embargo,
más fácil, cogí el teléfono y llamé a M y A: “Subiros al coche, que esta tarde,
volvemos a Miami”.
Inaugurado el pasado 15 de junio,
el Thai Beach te ofrece más y mejores ventajas que cualquier Miami, Marbella o
Ibiza. La primera y principal, que está aquí al lao, sin necesidad de
trasatlánticos. En San Javier, junto al aeropuerto, tienes el lugar ideal para
refrescarte, relajarte y disfrutar en buena compañía. Nosotras fuimos a la
puesta de sol, en una tarde con muchísimo ambiente. Había hasta animación de
adultos con globitos. Sí, sí, lo que leen, ahí todos haciéndose sombreritos y
todo tipo de figuras fálicas de colores. De fondo, un musicón de lujo de la
mano de DJ Moree MK, residente los jueves.
Entonces se hacía necesario el
cóctel, que nos preparó Pablo Sabater con ron, vodka, crema de leche, azúcar,
melón y por supuesto, mucho amor. Amor de verano metido en un melón de Torre
Pacheco, que de eso sí que no hay en Miami. Así, dando sorbitos a nuestro
cóctel de la tierra, se nos acabaron todas las nostalgias, que además,
pensamos, ahí seguro que está lloviendo, pues es lo que tienen los climas
tropicales. En Murcia, con su verano auténtico, todo mola mucho más. Y Chenoa
se lo pierde.
Playa, música, moda, cócteles,
risas, relax y belleza, mucha belleza. Y todo a un tiro de piedra. En Thai Beach
lo tengo todo, papi.
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