Pues sí, incluso en Murcia, hay
gente a la que le gusta que el verano sea eterno, y cuando les recordaba que
este fin de semana se acababa el verano, me miraban con morritos de nostalgia.
No hay nada que podamos hacer ya, que el final del verano es un hecho. Por
mucho que sigamos llevando la misma ropa con tirantes desde abril, por mucho
que sigamos yendo a la playa los fines de semana, por mucho que el termómetro
del coche marque 29 grados… El verano se ha acabado ya, oficialmente, este fin
de semana.
Yo lo prefiero, que estoy un poco
hasta el moño de tener que ir a la playa los fines de semana si quiero comer
con mis padres y entonces gastarme los leiros que no me sobran en la gasolina.
Estoy cansada de sudar como un pollo todas las mañanas, resfriarme con tanto
aire acondicionado, y tener que maquillarme por fases, con las ventanas
abiertas para que corra algo de aire y con el abanico al lado. Además, estoy
empezando a amarillear, que el moreno se me está cayendo. Más urgente aún, necesito
que deje de ser verano para poder volver a mi rutina laboral como Dios manda,
que parece que necesito cielos grises, mañanas frescas y hojas marrones en el
suelo para poder funcionar en condiciones.
Así, decidí inaugurar el otoño yo
solica este pasado viernes. Tras el primer madrugón típico de mis viernes de
invierno, llegaba mi siesta de los viernes. Finalmente, para terminar la rutina
consuetudinaria otoñal tenía que dar con un evento para esa noche que me ratificara
que es otoño y no hay vuelta atrás.
Entonces la gente del grupo
Temporáneo me lo puso facilísimo. Tras el aniversario de la discoteca Luminata la semana pasada, al que no
pude asistir, este viernes era en el 609 el bar donde se centraba la fiesta con
motivo de la recogida de la tarjeta BAN, una tarjeta VIP cuyas siglas
significan algo tan cariñoso como Buen Amigo Nuestro. Y lo que pasa con los
buenos amigos, que los invitas a lo que sea y que no farte de na. Un exquisito
cóctel de mil bandejas pululaba entre los asistentes a la fiesta, al igual que circulaban
los tercios de cerveza y las copas, que ahí nadie pasaría sed. Yo entré sola y,
mientras buscaba a buenos amigos míos, observaba, dentro del mogollón, las
mismas caras conocidas de siempre que bailaban, charlaban, bebían e intentaban
ligar con la chica de la minifalda más cercana a ellos.
Por fin llegué al fondo, donde me
esperaban los míos, a los que, con el dichoso verano, los viajes y las
vacaciones, hacía mucho tiempo que no veía. “¿Qué tal el verano?”- nos
preguntábamos todos para después documentar nuestras historias con las fotos
del móvil. Era la señal de que el verano ya era cosa del pasado.
Finalmente, otra cosa que me puso
facilísimo el 609 fue saltarme el régimen post-verano. No sólo por las copas,
que con las bandejas me porté, sino también con las gominolas. Que será algo
psicológico, que por las barras cerca de mí no veía ningún cuenco maligno, pero
yo asocio 609 con gominolas sin poderlo evitar, y mi cuerpo me pedía azúcar en
forma de lo que fuera. Entonces, como si hubiera escuchado al diablillo maligno
encima de mi hombro, C le pidió gominolas a la camarera sin consultarlo
conmigo. “¿Cómo me haces esto?”, le preguntaba con la boca llena de calorías
vacías. “Necesitas energía para el Luminata,
que esta noche tengo buenas vibraciones”. Y en esa tentación ya no caí. Fui
fuerte e hice mutis por el foro, que el cansancio me podía y la ojera de los
otoños empezaba a notarse. Y es que C, que se las da de bruja casamentera, me
aseguraba que en pasados otoños había encontrado pareja para un par de primas
suyas a base de corazonadas. “Déjate, déjate, que yo me voy a casa. He tenido
suficiente, C.” Ya encontraré marido otro día, que queda otoño para rato. Y que
por mucho que mole y lo necesite, tanto otoño de golpe, tan pronto, tampoco
puede ser bueno.
¿Tienes ganas de otoño? ¿Eres
BAN?