Quien me conoce sabe que no soy de las que creen en los flechazos, en el amor de cuento de hadas y en las hazañas heroico-románticas. Yo, que estaba convencida de que el romanticismo murió con Bécquer, de un tiempo a esta parte empiezo a ver tambalearse mis pilares del bien y el mal con mis propios amigos. ¡Mis propios amigos! Gente con la que yo interactúo, salgo, entro y me las tomo.
Empezaron a llegarme de repente montones de historias de amor, algunas de éstas de soponcio. Como la de P, que a los seis meses de conocer a H ya le ha pedido matrimonio. O la de C, solterona anti-amor reconvertida en mujer pegada a su teléfono (que la pava se ha echado un novio pirenaico). Luego J y M y sus declaraciones de amor eterno en pleno twitter (¡Iros a un hotel!). O la de B, que tras años persiguiendo a S, muchas tardes de copas y un matrimonio fallido de por medio, al final ha conseguido que S se deje querer. Y así están todos: desaparecidos, imagino que recuperando el tiempo perdido.
¿Qué está pasando aquí?, me pregunto. ¿Qué explicación tiene todo esto? Porque es que ni siquiera es primavera, que sería lo suyo. ¿Puede ser que exista aquello llamado amor?
Quise entonces buscarle una explicación lógica y terrenal a todo este subidón de amor de mi alrededor. Pronto llegué a la mejor de las conclusiones, a la explicación más científica que mi mente de letras podía alcanzar: eso tiene que ser la oxitocina, me dije. La hormona conocida por ser la promotora de la vinculación afectiva, también llamada “la molécula del amor” seguro que tiene la culpa de todo esto. Al parecer la liberamos las mujeres cuando damos de mamar y cuando tenemos un orgasmo, o en otras palabras, es una hormona que rezuma afecto a la de tres y nos confunde fácilmente liándola pardísima. Ella hará que un buen quiqui nos ponga corazoncitos en los ojos y nos haga creer que estamos ante el amor de nuestra vida, cuando puede ser que no, que nada más lejos.
Entonces llegó, sin querer pero como agua de mayo, el documental de la tele del domingo pasado. Un documental que trataba sobre justo lo que necesitaba: las relaciones amorosas explicadas desde un punto de vista científico. Y ahí, una tras otra, fueron saliendo a la luz, como explicaciones de toda esta locura que llamamos amor, todas las hormonas habidas y por haber: la dopamina, la serotonina o por supuesto, mi amiga la oxitocina. Se confirmaban entonces mis sospechas cutre-científicas mientras me nutría de otros muchos datos. Flipé con las reacciones del cerebro cuando uno se enamora y desenamora, como también con ciertos datos estadísticos como que el amor pasional dura tan sólo cuatro años, cuando yo creía que eran siete. El picor de los siete años, the seventh year itch que dicen los angloparlantes, debería estudiarse también seriamente.
Y es que siete son los años que ha durado la pareja perfecta que formaban Heidi Klum y Seal. La noticia nos sorprendía esta semana. Contaba la Klum siempre que se enamoró locamente de Seal cuando coincidieron en el pasillo de un hotel, también que él venía de correr y no sólo estaba sudado sino que además llevaba mallas ajustadas. No somos tontas. Que el Seal es feo de antología, pero quítale la cabeza, y oye, más quisieran algunos y más quisiéramos muchas. Por aquel entonces la Klum estaba embarazada y recién abandonada por Briatore, con lo que rebosaba oxitocina por los poros… Y tres hijos más que tuvieron.
Entonces ¿qué pasó? ¿Acaso la molécula del amor tiene una caducidad de siete años? Volviendo a mis amigos y viendo la felicidad en ellos, ¿sabéis lo que os digo? Que sea amor u oxitocina, dure cuatro años, siete o un par de horas, concluiré tanta ciencia diciendo lo de Cuando Harry encontró a Sally: “Sírvame lo mismo que a ella”.