Me pasa siempre por esta época al despertar en esa cama, que ya cuando amanece, apetece. No sé si será el colchón distinto o esa penumbra y los rayos de sol que se cuelan entre los agujericos de la persiana. O quizás es el rumor de las olas (y no la radio a todo trapo de la vecina) que hacen que me despierte con una sonrisa y me levante de un brinco y, con los pelos y las legañas, salir corriendo hacia el balcón a ver cómo está el mar. Y respirar profundo, y estirar los brazos a lo Kate Winslet en Titanic. Soy la reina del mundo. Entonces suelo coger el móvil y subo una foto al twitter del paisaje ante mis ojos, para dar envidia al personal, y me encuentro que mis compis twiteros domingueros están haciendo lo mismo, que si no es playa, es monte o es piscina, que es que en Murcia hace ya mucho calor.
A partir de ahí comienza una serie de pequeños placeres. El zumico de naranja recién exprimido es el primero, que aún descalza y en pijama, sin quitarle la vista al mar, me tomo en la terraza, con el sol de la mañana. Luego ya desayuno tranquilamente mientras me leo los periódicos y sus suplementos para examen, hasta que llega el ansiado momento de bajarme a la playa, cuya preparación me lleva también mi tiempo. No sé por qué, pero en junio me preparo unas bolsas de playa que parece que me voy de viaje diez días. Toalla, libro, ipod, móvil, gafas de sol, algo de money por si surge chiringuito, protección 30 para el cuerpo, 50 para la cara, botellín de agua congelada, llaves... ¡Lista! Y algo se me olvidará, pero bajaré a la playa emocioná, con el bolsón y la silla cruzándome con otros domingueros y haciendo respiraciones profundas, que me siento Robert Duval en Apocalypse Now diciendo eso de “me encanta el olor a protector solar por la mañana”. Ay, me olvidé del sombrero.
Para el ipod playero nada mejor que Paolo Nutini, The Kooks (Shine, shine, shine on…) y mis omnipresentes Coldplay a los que pronto disfrutaré en concierto. De la murciana Alondra Bentley saldrá alguna, pero con moderación, que como dice mi amiga K, escuchándola se te sube el azúcar. Con todos ellos y una vez en posición solar, nada mejor que cerrar los ojos y olvidar la agenda. Pasar de esa lista de cosas que hacer y regalarme un día entero de procrastinación. Intentar no pensar por un día en el estrés que llevo últimamente o lo injusto que es trabajar los viernes por la tarde hasta las 9 de la noche con la fresca, que es que debería ser ilegal. Y dejar la mente en blanco, que menudo fin de curso. Que es que me ha dado por pensar esta semana que todos estamos igual, que mis amigos empresarios y empleados están de mírame y no me toques con la renta, el fin del ejercicio y la organización de las vacaciones, que hacen que la vida diaria se convierta en una intensísima cuenta atrás: 33 minutos para salir de aquí, 10 días para Bilbao, 3 semanas para Italia, menos de un mes para La India…
Así tras unas horas de meditación, baño y playa y más playa, llega el momento bolsa de patatas fritas de La Torre en el chiringuito, que al que yo voy es el mejor de la costa. Y que no se pierda la bonita costumbre de engordar el fin de semana todo lo que se logró adelgazar durante la semana. Viva el verano lorcero que acabo de empezar, que sólo por eso sé que va a ser distinto. Patata en mano, tinto en la otra, me propongo varias cosas con un brindis, como tener un verano sin tontosdelpijo. Sólo buenos amigos, familia y experiencias que merezcan la pena. Un verano de siestas eternas, conciertos, helados, paseos y conversaciones inteligentes. Y olvidarnos por un tiempo de las cuentas atrás, que me acabo de percatar de que no llevamos ni cinco días de verano y ya sé que se me va a pasar volao, lo cual me produce vértigos, pero bueno. Un brindis por los domingos como éste, de los de dejarse llevar tan sólo por el sol y el sonido de las olas del mar. Chin, chin. Summertime and the living is easy…