domingo, 30 de diciembre de 2012

Menos sombras



La primera vez que oí hablar de ella fue el pasado mes de mayo cuando, por el cumple de mi amiga A, N sugirió que le regaláramos una novela llamada Cincuenta sombras de Grey. Yo, con la mega pila de libros pendientes de mi mesilla de noche, no me interesé siquiera por el título. No fue hasta el mes siguiente cuando, para el cumpleaños de S, mis amigas decidieron repetir regalo. Ahí ya, inevitablemente, saltó mi curiosidad, y con un poquito de google y de twitter, me medio-documenté sobre este librito tan popular entre mis congéneres. "Porno para mamás", "adictivo e intrigante" y "la novela que ha revolucionado a las mujeres de América". Con esa carta de presentación y, tras hablar de ello con J, lectora empedernida donde las haya, decidimos leerla nosotras también. “Sí, éste es el libro del que habla todo el mundo”, rezaba una pegatina en la portada. J lo empezó esa tarde y yo lo dejé en mi pila de libros, para cuando acabara La voz dormida. “Es una mierda, Bitter”, me dijo J a los tres días.

Entonces llegó julio y mi viaje con A y N. Ambas hablaban de un tal Christian al que amaban y de una tal Anastasia a la que envidiaban. Una de ellas, incluso, se llevó la novela dichosa al viaje y, a pesar de haberla leído ya, en ocasiones la abrían por una página al azar para leerla entre suspiros. Fue entonces cuando les pedí que me contaran más y así documentarme del todo. Tan del todo, que pensé en regalar mi libro a alguien, pues yo ya no tenía ninguna gana de leérmelo. 

Tuvieron que pasar tres meses para que cambiara de opinión. Las tertulias en la Radio Online y las conversaciones con amigos fans y detractores me obligaron a informarme antes de hablar. Esta semana, gracias a las navidades, me lo he acabado por fin. Si bien es cierto que el principio engancha (a ver cuándo se la tira), no entiendo el supuesto pique con el libro, pues lo encuentro una ñoñez aburridísima. Así, un sueño de padre y muy señor mío me invadía siempre, fuera la hora que fuera, para luego dejarme comiéndome la cabeza: “De lo que he leído antes de hincharme a bostezar ¿qué es lo que puede haber gustado a mis amigas? ¿De verdad esto les pone? ¿No les repele el estilo o la traducción?”

Pues no, y van y se leen la trilogía completa y me desean que en el 2013 ponga un Grey en mi vida. Ni harta a copas. Ni tampoco se lo deseo a ellas. No quiero un acosador, un mandón y un celoso pervertido. Que sí, que el sexo impulsivo, espontáneo, desinhibido mola un montón y más si el tío está bueno y está loco por ti, pero que el gatico de las 9 colas se lo meta por donde le quepa. A dar latigazos a la puta calle. Y que sí, que cada pareja juegue a lo que le dé la gana en su alcoba, su piano o su encimera de la cocina, pero dentro del respeto y del consentimiento mutuo, que se note que estamos en el siglo XXI. Que si hoy jugamos a que yo soy la sumisa, mañana te toca a ti, majo.

Llego a la conclusión entonces de que la novela gusta porque ella, que es, a priori, una sonsa del montón, realiza el sueño más deseado por toda mujer, uno que nunca pasa en la vida real, por el que todas la hemos cagado alguna vez, que es que un tío cambie por ti. No nos damos cuenta y novelas como ésta no ayudan. Ni los hombres rarunos cambian, ni nosotras somos sus salvadoras, ni la razón de que ocurran milagros. Y que los locos deben ir al manicomio y nosotras no deberíamos tocarlos ni con un palo.

Si acaso, lo único que me gusta es la correspondencia de los protagonistas por email, donde la mosquita muerta se suelta y el sádico se muestra de lo más ingenioso, divertido y sí, tremendamente sexy. Pero ya.

Así pues, para el 2013 me propongo dos cosas: leer libros mejores y tener los ojos bien abiertos. Por si me cruzo con un sombrío de éstos y tengo que mandarlo bien lejos.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Breathtaking Christmas

The lights go on
the lights go off
when things don't feel right
I lie down like a tired dog
licking his wounds in the shade

 

when I feel alive
I try to imagine a careless life
a scenic world where the sunsets are all
breathtaking


Hoy voy a celebrar que a mí la lotería ya me tocó, Papá Noel me dejó mil regalos y los Reyes ya me llegaron cuando os conocí a vosotros. 

Muchas gracias por haber pasado por mi vida este año y haberme dado tanto. 

¡Feliz Navidad!
  Os deseo un mundo de atardeceres impresionantes
...

domingo, 23 de diciembre de 2012

Sinfonía del Fin del Mundo



Fue tan sólo un segundo, justo al dar la medianoche, precisamente cuando comenzaba el día 21 de diciembre que, estando yo en mi casa, sentadica frente a mi ordenador, se fue la luz. Y volvió. Pero ese segundo, tan sólo uno, fue lo suficiente para que me diera un microinfarto. Al final iba a ser verdad la profecía de los mayas, pensé, y yo con estos pelos y en pijama.

Si me estáis leyendo es que obviamente no se ha acabado el mundo. O se equivocaron los mayas o, muy de siglo XXI, pues es como si nos hubieran mandado la profecía por whatsapp,  no entendimos lo que nos quisieron decir, o lo interpretamos como nos dio la gana. Y eso he hecho yo, que le he dado la vuelta al rollo éste, porque menudo rollaco cansino, y lo he intentado ver desde otro punto de vista más molón, positivo, y ante todo más práctico. Que no se quede todo esto en saco roto, en una mera anécdota que contemos a nuestros nietos, sino que he decidido darle un uso efectivo y una importancia.

El 21 de diciembre nos pilló en viernes, y a mí además a final de trimestre. Si ya mis viernes son mi día más cargado de curro y de estrés, que también fuera a tener lugar la fin del mon me venía como el culo. “Por favor, que alguien me diga a qué hora es el fin del mundo que me organice”. Poco tardó en aparecer por las redes y por whatsapp un programa con los eventos del día que incluía lluvia de meteoritos, una invasión de ovnis y hasta un concierto de la Pantoja a última hora. Yo sin embargo, en mi planning del día, tenía ración doble de currele, comida de empresa, ir a ver a mi dietista (para desearle felices fiestas), una reunión importante y una fiesta de Feliz Fin del Mundo con las bloggers de Rock&Glam. ¿Llegaría viva a la noche o me pillaría antes el Armagedón?

Al final, la mañana del 21 fue intensita pero sobreviví y, aunque el día se las prometía largo, parecía transcurrir suavemente, sin mucho tiempo para detenerse a pensar en el apocalipsis. Si acaso, el camino de vuelta de Lorca a Murcia, con 20 grados de temperatura, el trasluz y el cielo anaranjado de la tarde, invitaba a ponerse poética y pensar en el fin del mundo como una metáfora. Quizá deberíamos despedirnos de un viejo mundo para darle la bienvenida a uno nuevo. Quizá deberíamos adelantar los propósitos del año nuevo y extenderlos a propósitos de una nueva era. Con lo que me gusta a mí lo de empezar nuevas vidas, me chifló mi idea. Un nuevo mundo, una nueva era y una nueva Conch. Así, emocionada, decidí trastocar mis planes y salir a tomarme un copazo con mi jefa, y que a mí el fin del mundo me pillara en un momento de asueto y buena conversación, en un momento de vida real. El sitio que elegí, junto a media Murcia: la calle Pérez Casas. Vaya una idea original que tuve, que estaba aquello que no cabía un alfiler y parecía de verdad la última noche en la Tierra. Que por los ojos de algunos y el volumen de su voz, noté que ya llevaban horas despidiéndose de la vida. “Si el mundo se acaba, que me pille f… ¡festejando!”. Pero no sólo esa zona estaba abarrotada que, una vez tomada mi copa, socializado e incluso limpiado mi conciencia con alguno que me encontré por ahí, de camino a la dietista, flipaba con el mogollón de gente que paseaba por el centro. ¿Quiso la gente que el fin del mundo le pillara en la calle también? Nada más lejos. Al ver a los niños, los adolescentes, los viejos, las embarazadas… recordé que lo que pasaba es que ya era Navidad en Murcia y me inundó una ilusión tan grande, que era como para ponerme en plan Louis Armstrong a cantar “What a wonderfulworld”. Lo impidieron los Auroros, a los que me encontré en la calle Jabonerías. 

No fui a la fiesta de Feliz Fin del Mundo, sino que, para este cambio de un mundo al otro, decidí dejar las cosas claras, la conciencia tranquila y hacer vida real, sin whatsapp, ni blogs, ni móvil por medio, y me fui de cena improvisada con quien más lo necesitaba. 

Y vosotros ¿estáis ya listos para el comienzo del mundo?

domingo, 16 de diciembre de 2012

Hungry hearts

Estos son mis amigos (y yo), la noche del potaje bochero.


Otro amigo, mi querido sushi de anguila, dice que a esta foto le pegan estas dos canciones:


Y yo no se lo voy a discutir.

A todos ellos, a los que estuvieron en la cena, a sushi y a @vasicodeleche, que la echamos de menos, les dedico este minipost. Gracias por ser tan chulérrimos y haber hecho de mi 2012 un año tan especial.

Una chica con suerte



En una mano el móvil, en la otra, el postre, y por dentro, además de frío, un cabreo de mil pares de narices y muy pocas ganas de na. Con el pulgar derecho comprobé la hora en el móvil en la puerta de mi casa y efectivamente, llegaba tardísimo. ¿En invierno todo se atrasa? ¿O soy yo que no calculo bien los tiempos? Los viernes además es que se han convertido en días malos, de mucho curro, dolor de cabeza y prisas por hacer las mil cosas que no me dio tiempo a hacer durante la semana. Se me atragantan los días y, para cuando llega el viernes, estoy torcida y de mírame y no me toques. 

“¿Qué cara nos traes?” me preguntaron mis amigos cuando llegué donde habíamos quedado. “No quiero hablar de ello. Hoy no es mi día de suerte”, y sin decir nada más, pero pensando “quién me mandaría a mí”, me metí en el coche y salimos hacia casa de N y P, que esa noche nos ofrecerían un potaje bochero, un plato típico de la zona de Yeste, con más calorías que pelos tengo en la cabeza.

Al llegar, M nos tenía preparados unos deliciosos Martinis con olivica, rodaja de limón, palillo fashion e ingrediente secreto, y cuando ya empezaba a enderezarme y entrar en calor, K se acercó con un pequeño regalo para mí: una planta de la suerte de La Envidiosa. Pero qué leches es esto. Una cajita metálica que contenía una mini maceta, un poquito de tierra y una habichuela con la palabra suerte escrita. Junto a todo eso, un papelico con una leyenda larguísima y una letra mínima, que me dejé para leer después de la cena. Estaba yo, con mi rebote, y mi Martini en la mano, para leer sobre plantas mágicas.

Cinco horas después, llegaba yo a casa tras la cena, las copas, la ingesta de varios millones de calorías, las carcajadas y una tertulia que creo que no olvidaré jamás. Y, ya con otra cara, decidí dedicarle un ratico a la planta aquella. “Todos tenemos suerte, sólo debemos regarla día a día”. Y así, con esa frase en negrita que se me clavó cual mantra, el papelico me indicaba que tendría que regar la habichuela ésa un poquito todos los días para poder cultivar mi suerte. Frases del tipo “regar mis sueños” y “la suerte está en nosotros” retumbaban en mi conciencia recordándome lo tonta y lo dejada que puedo ser a veces, y la capacidad que tengo de olvidar lo afortunada que soy. Entonces me acordé de lo del frasco. Algo que vi en internet sobre por qué no empezar desde enero a llenar un tarro con papelitos que cuenten todas las cosas chulas que nos pasan cada día, y así, en la Nochevieja siguiente, vaciarlo y recordar las vivencias del año. Entonces, inmediatamente, elaboré un plan, que yo a enero no me esperaba.

Todos los días regaré mi planta y escribiré desde ya, en un papelico, las cosas buenas que me han pasado este año y las no tan buenas pero que me hacen reír. Voy a por todas, pues tengo dos semanas para llenar el frasco de anécdotas y momentazos, para así, en la cena de Nochevieja, poder repetir las risas de las cenas con mis amigos y añadir alguna más. En ese mismo momento, y una vez encontrado mi frasco, incluí el hipo de mi sobrina, la historia de la gata de P, la del chico que me pilló con la bragueta bajada y la noche del potaje bochero, cuya guinda puso mi genial amigo L con la lectura dramatizada de Cincuenta sombras de Grey.

Definitivamente soy una chica con suerte y, aunque soy consciente de que todo llega si te lo curras, también sé que cuando más negra es la nube que me rodea, tengo quien me la despeja y me recuerda lo afortunada que soy. Soy una chica con suerte y prometo esforzarme regando mis sueños todos los días, especialmente esta semana, en la que ya sea con mis amigos, mi planta, mi frasco, o mi décimo de lotería, buscaré mi suerte con más ilusión que nunca.

“He ido a la Envidiosa y me he comprado un viaje”, reza el anuncio de esta administración de lotería. Pues yo este año me pido la Polinesia.

domingo, 9 de diciembre de 2012

De vuelta en la ciudad

Será que el mes de noviembre a mí me inspiraba tranquilidad y recogimiento, por no decir angustia vital y depresión profunda. Ugh. En estas últimas semanas me siento como si hubiera sido abatida por el frío, el estrés y la abulia. Las horas que le echara al trabajo parecían insuficientes a la par que interminables, todo lo contrario que las de la luz del sol y el calorcito invernal murciano, que desaparecían en cuanto decidía hacer el ánimo de salir a la calle, aunque fuera a hacer un recado. Que no he estado de humor, vamos, y he preferido quedarme en casa en plan tranqui, almacenando calorías para el invierno. Pero todo eso no se lo iba a contar a R cuando la vi después de mil años en la Capea de Los Felices del pasado 1 de diciembre y me preguntó dónde había estado metida todo este tiempo.

Dos años después acudía al Evento Taurino Flamenco organizado por los toreros murcianos José María Requena y Pepe Moreno. Me empeñé en que esa fuera mi reaparición en los ruedos (sociales, se entiende) y me llevé además a tres amigas novatas en esto de las capeas. K, J y V, menos taurinas que yo aún, decidieron disfrutar del pampaneo, la carne a la brasa y el poco solecico que hacía ese día. No faltaron comentarios sobre los atuendos de las Barbie Capeas y los Ken Camperos, el porte de los toreros, algo innegable, y en especial nos llamaron la atención los pantalones verdes pesqueros de Oscar Higares. No podíamos ser más fan. 

Después de los toros, diez minutos antes de que empezara la barra libre, éstas decían que se iban. “Muchachas, tomaos una y os llevo de vuelta a Murcia”. Tres horas después, V concluía que Higares era demasiado moreno para ella, K se pedía al DJ para su boda, J afirmaba que se lo había bailado todo y yo daba por inaugurada la temporada de fiestas de invierno.

 
















Y como tal, la siguiente fiesta no tardaría en llegar. Un nuevo concepto de local llegaba a la ciudad y me invitaron a que lo conociera. One Living Bar, en pleno Juan Carlos I abría sus puertas el pasado miércoles. Presentado como un espacio de exposición artística donde tomar una copa o degustar una exquisita cocina internacional, se trata de la terraza más grande Murcia. Un espacio diáfano de tres ambientes, en el que se incluye un “artebar” con una exposición de Flippy, me pareció tan intrigante como osado el que su estreno tuviera lugar en una noche tan fría.

Entre mis cosas y las suyas, a L y a mí se nos hizo muy tarde para llegar, así que nada más entrar, abandoné a mi partenaire a su suerte aprovechando que saludaba a unos amigos. Yo me moría de sed, y de hambre ni os digo. Mientras avanzaba entre el gentío y saludaba a la media Murcia que allí se congregaba, me di cuenta de que efectivamente me había perdido el catering gourmet, el sushi y el jamón, cuyos huesos requetepelados pude ver en una mesa. “Prueba al final de la barra”, me aconsejó la guapa T y hacia allá fui que me faltaba el machete. Por fin llegué al otro extremo del lugar y, como si de un oasis en el desierto se tratara, encontré la solución a todos mis males. Tres fuentes de chocolate de tres tipos se alzaban ante mí, rodeadas de pinchos de fruta, chuches, trozos de gofres y donuts. Ésa sería mi cena y, precisamente junto a los hermanos Fuentes (qué cosas), probaría todas las combinaciones posibles de aquel vicio azucarado, mientras mis amigos flacos hacían el chorra en el photocall.

Antes de empezar a arrepentirme, decidí reencontrarme con mi abandonado L, que departía con una pelirroja estupenda. “Pues sí, no tomo hidratos después de las 6”, le decía la chica mientras yo me relamía el chocolate de los labios y repasaba los restos de gofre de mis dientes. “Pues a ver cómo te organizas con las cenas de Navidad, mona”, pensé. “Vente, L, que tengo que enseñarte una cosa al final de la barra”. Definitivamente el mes de diciembre es otra cosa. Definitivamente, estoy de vuelta en la ciudad.